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Ganadería y producción de carne y leche

  • ¿Es siempre mejor la carne de granjas extensivas?

     Cerdos en la dehesa. Shutterstock / Gelpi

    Desde que el ministro Garzón hiciera unas declaraciones para un medio británico sobre, entre otras cosas, las macrogranjas, la calidad de la carne y el bienestar animal, se ha avivado el debate en torno a los sistemas ganaderos.

    Las granjas grandes han existido en nuestro planeta desde hace mucho tiempo, pero en los últimos años las macrogranjas han incrementado su presencia debido a la aplicación de los principios de la economía de escala. Lo cierto es que no existe una definición legal o formal del término macrogranja, simplemente sabemos que se trata de una granja con muchos animales.

    Extensivo e intensivo, sistemas complementarios

    La carne producida en extensivo, por norma general, tiene una calidad –entendida como un sumatorio de características químicas, físicas y organolépticas– superior a la que se produce en intensivo. No obstante, las comparaciones son muy difíciles de hacer porque ambos sistemas no generan productos similares.

    En el caso del ganado porcino en España tenemos un claro ejemplo: el cerdo ibérico. Se trata de una raza muy adaptada al sistema de producción empleado y al uso de la montanera –pasto en la dehesa– al final de su cría. De hecho, el Real Decreto 4/2014 marca diferencias de categoría comercial de los productos en función de la raza y el sistema de explotación de los animales.

    En el otro lado de la balanza, y también dentro del sector del porcino, podemos encontrar la marca de garantía Cochinillo de Segovia. Se trata de un producto característico de la gastronomía española que se puede encontrar en casi cualquier ciudad del territorio nacional. Se trata de un producto de calidad reconocido, generado en explotaciones consideradas intensivas, o al menos siguiendo un sistema de producción intensivo.

    Los sistemas de explotación intensivos y extensivos no son excluyentes, sino complementarios. Los primeros (intensivos) producen alimentos de calidad a un precio asequible para la mayoría de consumidores. Los extensivos están perfectamente adaptados al medio que los rodea, generando productos, por norma general, de calidad superior. Además, proveen otros servicios intangibles, como la fijación de población al medio rural, el mantenimiento del paisaje y la lucha contra los incendios.

    Sistema de producción y bienestar animal

    Aunque pueda parecer un tema actual relacionado con las mascotas o el ganado, el bienestar de los animales que nos rodean ha sido materia de estudio y discusión desde hace siglos.

    A modo de ejemplo, el filósofo inglés Jeremy Bentham (1748-1832) ya disertó sobre los animales como seres sintientes con su famosa frase “the question is not, can they reason? Nor, can they talk? But, can they suffer?” (“la pregunta no es ¿pueden razonar? ni ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?”).

    Hoy en día, la filosofía implantada defiende cinco libertades para los animales: libre de hambre, de sed y de desnutrición; libre de temor y de angustia; libre de molestias físicas y térmicas; libre de dolor, de lesión y de enfermedad, y libre de manifestar un comportamiento natural.

    ¿Existe relación entre el sistema de producción y el bienestar de los animales? En Europa y, por tanto, en España, disponemos de un marco legislativo muy importante en cuanto al bienestar animal de los animales de granja.

    La legislación no hace diferencias entre granjas pequeñas y granjas grandes, por lo que todo animal debe estar en circunstancias de bienestar tanto en granjas extensivas como en macrogranjas.

    El aseguramiento y observancia de las normas se llevan a cabo por los servicios veterinarios de las diferentes comunidades autónomas, con el levantamiento de las respectivas actas en casos de incumplimiento de la ley, tal y como se refleja en el comunicado emitido por el Consejo General de Colegios de Veterinarios.

    La literatura es clara al respecto: aunque es evidente que los sistemas extensivos son más proclives a mantener el bienestar de los animales, no están exentos de problemas, como recogen los investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona Déborah Temple y Xavier Manteca en una reciente revisión.

    En conclusión, en España no se generan productos de mala calidad en ninguno de los dos sistemas de producción, intensivo o extensivo, por el mero hecho del sistema de producción. No obstante, en muchos casos, la calidad de la carne es mejor en los sistemas extensivos, que además poseen beneficios intangibles asociados.

    Por otro lado, el bienestar animal está regulado a través de la legislación existente y vigilado por los servicios veterinarios oficiales, por lo que no es presumible que un sistema de producción predisponga per se al maltrato animal.

    Este artículo ha sido escrito en colaboración con el profesor de investigación retirado Juan Capote.

     

     Fuente:   Catedrático de Producción Animal, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

  • ¿Podemos renunciar a la ganadería industrial?

     5 - 6 minutos

     Shutterstock / Dario Sabljak

    Los alimentos de origen animal vuelven a estar de actualidad tras las declaraciones del ministro de Consumo de España en un medio británico. La preocupación de la sociedad civil europea por la contaminación de las llamadas “macrogranjas” ha llevado incluso a la creación de un ministerio específico en los Países Bajos.

    Mientras tanto, formas ambientalmente muy favorables de ganadería, como la trashumancia, languidecen hasta su casi total desaparición.

    Los consumidores y los votantes asisten confundidos a un baile de términos que no les permite distinguir entre sistemas más o menos sostenibles.

    ¿Son todas las granjas intensivas macrogranjas?

    El primer problema que hay es la confusión de términos, “ganadería industrial” y “macrogranja”, por una parte, y “ganadería intensiva”, por otra.

    Otros tipos de ganadería intensiva

    La ganadería intensiva implica un modo de producción en el que los animales están confinados y no salen a pastar. Obviamente, la ganadería industrial de macrogranjas es un tipo de ganadería intensiva. Pero hay otros tipos de ganadería intensiva que no implican industrialización.

    El caso más obvio son los prados de siega, donde se corta hierba en la misma finca y se le da de comer a las vacas lecheras estabuladas. El ejemplo más reconocible de este tipo de sistema en vacuno de leche en España se da de forma generalizada en Galicia, Cornisa Cantábrica y Navarra, donde, en muchos casos, al menos la mitad de la alimentación animal se produce en las tierras de la propia explotación

    Vacas de leche en Vizcaya. Agustín del Prado, Author provided

    También en este caso están los pollos de corral o los cerdos que aprovechan los restos de huertos o de hogares rurales. Esta producción está muy ligada al territorio, no está industrializada y no presenta los importantes desafíos en sostenibilidad de las macrogranjas. A escala territorial, la densidad de animales es baja, lo que convierte sus excretas en una ventaja en vez de en un problema.

    Habitualmente, la ganadería intensiva se contrapone a la extensiva porque en aquella los animales están confinados y en la segunda no. Sin embargo puede tener, en muchos casos, una gran similitud en el grado de vínculo al territorio. Ambas se consideran formas de producción ligadas al mismo, lo que les otorga un alto grado de sostenibilidad. Por ejemplo, la siega de prados es un proceso análogo al pastado por herbívoros. La distribución de estiércoles o purines en los mismos resulta también más fácil y más económica en granjas de pequeño tamaño, imitando la diseminación natural por herbívoros.

    Modelos combinados

    Un elemento de confusión adicional es entender cada modelo ganadero como un compartimento estanco. La realidad es que en España los diferentes modelos están mucho más entrelazados de lo que se tiende a percibir.

    Es habitual que en España una vaca nodriza pase toda su vida pastando en el campo, pero que sus terneros pasen por una fase de engorde en condiciones intensivas e incluso industriales antes del sacrificio. La variedad y complejidad de modelos no está ni descrita ni caracterizada.

    Sin embargo, resulta importante esclarecer este asunto para hacer propuestas de regulación, legislación y etiquetado. De esa manera se podrían favorecer las opciones más sostenibles y también permitiría al consumidor tomar decisiones informadas. Por eso hemos empezado a trabajar en ello desde nuestro grupo de investigación en el Basque Centre for Climate Change.

    ¿Podríamos renunciar a la ganadería industrial?

    Actualmente podrían proceder de la ganadería industrial hasta dos tercios de los productos ganaderos que consumimos en España, especialmente en porcino y aviar. Su supresión podría entonces tener consecuencias en la disponibilidad de alimentos con la que contamos, y también en su precio. Aquí, sin embargo, debemos reflexionar sobre los costes ambientales que la ganadería industrial causa y que no está pagando. Resulta artificialmente barata.

    Igualmente, la ganadería ligada al territorio, tanto extensiva como intensiva, recibe insuficientes beneficios económicos por todo lo bueno que genera. Este tipo de ganadería tiene además unos costes de mano de obra mayores, lo que ayuda a mitigar el gran problema que es la despoblación rural.

    La ganadería tiene más importancia en zonas de productividad agrícola marginal, que son precisamente las más despobladas. La aridez y la accidentada orografía de nuestro país explican que la ganadería tenga más importancia que en otros.

    Cambiar hacia un modelo ganadero de mayor valor añadido ayudaría a generar puestos de trabajo allí donde ahora mismo hacen más falta. El abandono del campo y la cada vez más extendida matorralización causan cada vez más problemas de incendios y pérdida de biodiversidad. Indican, además, el potencial de la ganadería extensiva para producir mucho más.

    Los riesgos de depender de mercados globales

    En un contexto mundial donde hay que reducir urgentemente la dependencia de los combustibles fósiles, el modelo actual de producción ganadera también está en cuestión.

    El actual auge de la ganadería industrial se enmarca en una progresiva industrialización de la producción animal en el continente desde hace décadas. Pero también en una burbuja en torno a la producción porcina, relacionada con la epidemia china de peste porcina africana. Dicha burbuja podría estallar en el corto o medio plazo a medida que China recobre la producción.

    Sumemos a esto el encarecimiento de las materias primas, incluidos fertilizantes y piensos, a medida que las políticas climáticas encarezcan la energía. No parece razonable seguir promoviendo una paulatina transformación de la producción ganadera desde recursos locales y menos sensibles a dichos cambios hacia otra dependiente de mercados globales. Más aún si se hace a expensas de los beneficios ambientales de la ganadería y aumentando el uso de combustible fósil para su producción.

    Dentro de la realidad compleja que es el panorama productivo ganadero, mejor tender a las granjas ligadas al territorio, sean extensivas o intensivas.


    Fuente:  Ikerbasque research fellow, bc3 - Basque Centre for Climate Change y Investigador en agricultura y cambio climático, bc3 - Basque Centre for Climate Change

  • Las responsabilidades climáticas de los productores industriales de carne y lácteos

    Resumen del artículo original publicado en Springer Link el 25 de marzo de 2021. Acceso al artículo original:SpringerLink 

    Autores: 

     

    Resumen:


    Nuestra visión de la responsabilidad por el cambio climático se ha ampliado para incluir las acciones de las empresas, en particular los productores de combustibles fósiles.

    Sin embargo, el análisis del papel de la ganadería en el cambio climático, estimado como el 14,5% de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero, se ha centrado principalmente en el sector en su conjunto.

    Aquí examinamos las 35 empresas cárnicas y lácteas más grandes del mundo para conocer sus compromisos con la mitigación del cambio climático y encontramos cuatro empresas que se han comprometido explícitamente con las emisiones netas cero para 2050.

    En general, estos compromisos enfatizaron la mitigación del uso de energía, con un enfoque mínimo en emisiones (p. ej., metano) del uso de la tierra y los animales, que son las que más contribuyen al calentamiento del sector agrícola.

    También comparamos las emisiones globales proyectadas de las empresas bajo un escenario de negocios como siempre con las emisiones futuras de sus países sede, asumiendo el cumplimiento de cada país con sus compromisos con el Acuerdo Climático de París.

    Tomando esta visión de la contabilidad de responsabilidad y emisiones (que no es la concepción de responsabilidad en el Acuerdo de París), nuestros resultados muestran que incluir las emisiones globales totales de los productores de carne y lácteos industriales en la contabilidad nacional afectaría los objetivos nacionales de reducción de gases de efecto invernadero.

    A modo de ejemplo, según nuestros cálculos, dos empresas, Fonterra en Nueva Zelanda y Nestlé en Suiza, constituirían más del 100% del objetivo de emisiones totales de su país sede en la próxima década.

    Finalmente, evaluamos utilizando 20 preguntas de sí o no y una variedad de fuentes, la transparencia de los informes de emisiones, los compromisos de mitigación y la influencia en la opinión pública y la política de las 10 empresas cárnicas y lácteas de EE. UU.

    Según la evidencia que recopilamos, las 10 empresas estadounidenses han contribuido a los esfuerzos por socavar las políticas relacionadas con el clima. Cada uno de estos análisis aborda la responsabilidad de formas nuevas y diferentes.

    Bajo las condiciones sociales rápidamente cambiantes provocadas por el cambio climático, podemos esperar nuevas especulaciones de responsabilidad por las emisiones de GEI, así como una mayor atención al papel de los actores corporativos y su responsabilidad por los impactos del cambio climático.

     

     

  • Sin macrogranjas ¿podríamos consumir carne a un precio asequible?

    9  - 11 minutos

    El fin primordial del sector agroalimentario en general, y de la ganadería en particular, es aportar a la sociedad alimentos de alto valor nutritivo y de alta calidad sanitaria y sensorial. El desarrollo científico y tecnológico de los últimos 60 años ha permitido incrementar la eficacia de los sistemas productivos, proceso conocido como intensificación. Esto ha posibilitado que la oferta de alimentos sea suficiente, amplia y asequible económicamente para la mayoría de la población mundial.

    Respecto a la evolución del mercado en estas décadas, es interesante resaltar que el gasto medio familiar en alimentos ha descendido en España desde más del 50 % de su presupuesto hasta aproximadamente el 14 %.

    El sistema agroalimentario español

    Por sus condiciones climáticas, la ubicación y la capacidad y buen hacer de sus profesionales, el sector agroalimentario es especialmente pujante en España desde su incorporación a la Unión Europea en 1986. Supone un referente en la producción de alimentos, con un elevado potencial para convertirse en la huerta y granja de Europa.

    Actualmente, el sector agroalimentario es uno de los principales motores económicos de España, con un elevado impacto en el comercio exterior, y es uno de los que más empleo genera (11,9 %). Se encuentra repartido por todo el territorio nacional, por lo que desempeña un papel esencial en la fijación de la población rural.

    La cadena de valor agroalimentaria (producción, industria y distribución) aporta el 9,1 % del valor añadido bruto. Además, a nivel europeo, el sector agroalimentario español destaca por su productividad y competitividad (34,2 % y 30 % superior a la media de la Unión Europea, respectivamente). Cabe añadir que el sector agroalimentario contribuye de forma más o menos directa al desarrollo del turismo gastronómico, la restauración y al avance científico y tecnológico en este área.

    Una prueba de la eficacia de nuestro sistema agroalimentario es su capacidad de responder a situaciones de crisis. Conviene recordar que en el periodo de confinamiento durante la pandemia de la covid-19, ha mantenido un abastecimiento ininterrumpido de todos los tipos de alimentos, cosa que no ha ocurrido en algunos países de nuestro entorno. Además, en 2020, las exportaciones de este sector se incrementaron en un 4,4 % mientras que la exportación general cayó un 10,3 %.

    Lo que algunas personas entienden como agricultura y ganadería tradicional disminuyó drásticamente, hasta casi desaparecer, hace más de cuatro décadas por razones económicas, demográficas y de bienestar de la población rural. Shutterstock / Irene Castro

    Precios justos y accesibles

    En una sociedad cada vez más desvinculada del medio rural, existe un desconocimiento generalizado de cómo se producen los alimentos de origen animal. Los sistemas de producción intensivos surgieron para satisfacer la alta demanda de alimento de una población mal nutrida, específicamente en los estratos sociales más desfavorecidos.

    Lo que algunas personas entienden como agricultura y ganadería tradicional disminuyó drásticamente, hasta casi desaparecer, hace más de cuatro décadas por razones económicas, demográficas y de bienestar de la población rural. De hecho, el 80-90 % de los productos que consumimos actualmente proceden de la agricultura y ganadería intensivas. Esto es debido, en parte, a la falta de precios justos y a los altos costes de producción, lo que ha dificultado la supervivencia de las granjas familiares y ha favorecido la implantación de sistemas de producción más eficientes.

    Es preciso aclarar que en la legislación española y comunitaria no existe el término “macrogranja”. La RAE ni siquiera lo contempla. Por analogía, es un término que se asocia a la producción intensiva y a granjas de gran tamaño, sin especificar el número de animales.

    En la ganadería, como en cualquier otra actividad económica, la producción a gran escala permite reducir costes. Optimiza recursos humanos y de abastecimiento de materias primas, con sus ventajas e inconvenientes.

    Por una parte, no puede discutirse el efecto que tiene la producción intensiva en la reducción de los precios. De forma generalizada, en todo el mundo, las granjas más pequeñas son menos competitivas y por ello su número es cada vez más reducido.

    Mientras que los costes del pienso para los animales, la energía eléctrica, el agua y los combustibles han aumentado considerablemente, el precio de la carne se ha mantenido estable desde la década de 1980, gracias al avance de los sistemas de producción intensiva. Esto ha permitido que la carne, como alimento de alto valor nutritivo, sea accesible a todos los sectores sociales de España.

    Hasta la primera mitad del siglo XX, el hambre y la subnutrición afectaban a más del 50 % de la población mundial. En la actualidad la subalimentación supone menos del 11 %. La mejora de la accesibilidad a alimentos de elevado valor nutritivo se refleja en la reducción de la incidencia de déficits nutricionales y el aumento de indicadores asociados a la salud (como la talla media y la longevidad).

    Piezas de vacuno vasco y gallego en el mercado barcelonés de La Boquería. Shutterstock / Wirestock Creators

    Sistemas de producción y calidad de la carne

    Calidad es un concepto amplio que en los alimentos abarca distintos aspectos. Así, hablamos de calidad sensorial, nutritiva y microbiológica. En el caso de la carne, un alimento complejo constituido por diversos tejidos, la calidad está condicionada por diversos factores como la especie, la raza y el sexo del animal, el sistema de producción, la alimentación y sus interacciones.

    La definición más extendida de calidad de la carne se centra en la percepción objetiva y subjetiva de su composición (relación magro-grasa-tejido conjuntivo) y de sus propiedades sensoriales (aspecto, color y brillo, aroma, sabor, dureza y jugosidad). Sin embargo, más allá de la percepción directa del consumidor, hay otros aspectos que se relacionan con la calidad nutritiva y la seguridad.

    Desde el punto de vista nutritivo, la carne, al igual que otros alimentos de origen animal, es una excelente fuente de proteínas con un gran valor biológico y de vitaminas (especialmente B6 y B12) y minerales esenciales (fundamentalmente hierro, zinc, magnesio, potasio, fósforo y selenio).

    La cantidad de proteína en la carne puede variar entre un 12 % y un 20 % en función de la especie, de la región anatómica y de la edad del animal. En general, los animales criados en explotaciones intensivas tienden a presentar una carne de composición más homogénea, con menos engrasamiento, especialmente de grasa infiltrada en el músculo. Por tanto, tiene un mayor porcentaje de proteínas, es decir, es una carne más magra que la procedente de la cría en extensivo.

    Un conocido ejemplo es la carne de los cerdos ibéricos criados en extensivo o semiextensivo. Las características de la raza, así como el ejercicio y la mayor edad de los animales, confieren un mayor grado de infiltración de grasa, que además es más insaturada, con la consiguiente repercusión en la calidad sensorial y nutritiva. Por su parte, el cerdo de capa blanca procedente de producciones en intensivo proporciona en general una carne más magra y una grasa más saturada, con menores matices sápidos y aromáticos, pero igualmente nutritiva.

    Es indudable que las condiciones de cría influyen en la calidad de la carne. Un animal estresado o mal alimentado tendrá un menor índice de crecimiento y una carne más magra y menos jugosa. Los factores estresantes se pueden dar en todos los sistemas de producción. Sin embargo, los veterinarios, de acuerdo con la legislación vigente, velan por que las condiciones sean las adecuadas a lo largo de toda la vida del animal.

    Regulación sanitaria

    Toda la ganadería en España, independientemente del sistema de producción, está sometida a estrictos controles sanitarios en el ámbito de la legislación de la Unión Europea y de la estrategia De la granja a la mesa, el Pacto Verde Europeo y la iniciativa Una Sola Salud.

    Los veterinarios también llevan a cabo las inspecciones pertinentes para garantizar que al mercado llegue carne segura para la salud del consumidor, es decir, procedente de animales sanos, sin enfermedades transmisibles a los humanos y sin sustancias nocivas.

    En España existe un Plan Nacional de Investigación de Residuos cuyo objetivo es controlar la presencia de distintas sustancias (antibióticos y otros medicamentos, plaguicidas, metales pesados y otros contaminantes ambientales) en animales vivos y sus productos, y en aguas residuales y piensos. Este plan es de obligado cumplimiento en todas las instalaciones ganaderas.

    La comercialización de la carne y sus productos derivados se rige por el Plan Nacional de Control de la Cadena Alimentaria, coordinado y aprobado, entre otros, por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), organismo adscrito al Ministerio de Consumo.

    Veterinario en una explotación intensiva de porcino. Shutterstock / hedgehog94

    Competitividad en el mercado internacional

    Además de la ganadería intensiva, y aunque minoritarios, en España conviven otros tipos de producción: ecológica, extensiva, semiintensiva y familiar intensiva de pequeño tamaño. Es el país con mayor superficie de agricultura ecológica de Europa y ocupa el cuarto puesto a nivel mundial. Esta ganadería, que está enfocada a un mercado de mayor poder adquisitivo, es también un sector vigoroso y de incuestionable valor porque está directamente relacionado con la gastronomía, la biodiversidad, la tradición y la vida rural.

    En su conjunto, la ganadería española tiene una gran potencia exportadora y tiene, en la calidad de sus producciones, su mayor valor. En 2020, la cadena ganadería- industria cárnica aportó 8 680 millones de euros de exportaciones a la balanza comercial de España y un saldo positivo del 799 %, que contribuyen a paliar el tradicional déficit comercial de nuestro país.

    En los países exportadores de carne, las granjas tienden a ser cada vez de mayor tamaño. Ello permite una producción más homogénea y continua, a precios más competitivos y con mayor tecnificación. Resulta difícil competir en el complicado mercado internacional con granjas de pequeño tamaño para exportar carne a países de gran demanda como China, uno de los principales destinos de los productos españoles.

    En este sentido, es interesante señalar que la dimensión media de las granjas españolas es actualmente más pequeña que en la mayor parte de los países competidores en el comercio internacional.

    ¿Deberían prohibirse las granjas grandes?

    Los principales perjudicados por la prohibición de cualquier sistema que permita un menor coste de producción son los consumidores de menor poder adquisitivo. En segundo lugar, y en el caso de la producción animal, serían los ganaderos afectados y el sector cárnico en su conjunto los que perderían competitividad en el mercado internacional, y por extensión la economía del país.

    Una producción basada exclusivamente en sistemas extensivos supondría que los procesos productivos serían, en muchos casos, más largos (se tardaría más tiempo, por ejemplo, en que un animal alcanzase el peso comercial) y los rendimientos disminuirían (por ejemplo, la producción de huevos por gallina y año sería mucho menor).

    Todo lo anterior implicaría que la oferta global de alimentos se reduciría frente a una demanda, como mínimo, estabilizada. Esto provocaría situaciones de escasez y desabastecimiento, con la consiguiente subida de los precios. Este incremento de los precios afectaría fundamentalmente a las familias más desfavorecidas económicamente, que no tendrían, en muchas ocasiones, acceso a alimentos de elevada calidad nutritiva como los de origen animal.

    Para paliar esta situación habría que recurrir a la importación de productos más baratos procedentes de otros países más competitivos en precio (por tener salarios más bajos y normativas sanitarias y de bienestar animal menos exigentes que las europeas), pero con menores garantías de cumplir los requisitos de calidad adecuados.

    No sería la primera vez que se prohíba o dificulte la producción de un cierto alimento, pero al mismo tiempo se autorice la importación de ese mismo producto procedente de otro país. Desgraciadamente hay muchos ejemplos en ese sentido que explican en buena medida la dificultad que encuentra el sector agroalimentario español para competir, un factor parcialmente responsable de la despoblación rural.

    ¿Desaparecerá la producción tradicional?

    En un mercado competitivo, para que las granjas pequeñas puedan sobrevivir y competir, es preciso que la sociedad valore y demande sus productos. Un aspecto clave es la diferenciación del mercado. Si la producción llega al mercado sin diferenciación y no existe promoción de ningún tipo, solo la eficiencia (el precio) importa, y esto impulsa el incremento de granjas de mayor tamaño.

    Se necesita, por tanto, una política agroalimentaria continuada y activa, orientada a la mejora de la tecnificación de todos los sistemas de producción (también de los pequeños), de los canales de comercialización y promoción de los productos y al desarrollo de sistemas de trazabilidad. Es decir, una promoción y orientación del consumo.

    En estos principios se basa la Política Agraria Común, que tiene muchos aspectos manifiestamente mejorables en su implementación, pero debería ser el centro de atención de las políticas agrarias y de consumo. Se trata de potenciar y valorizar lo artesano y tradicional, consiguiendo que los consumidores de nivel adquisitivo medio acepten pagar más de 60-70 céntimos por un litro de leche o más de 10 céntimos por un huevo.

    La falta de estructuración del mercado es un aspecto clave para el sector agroalimentario español que obliga a los agricultores y ganaderos a competir en un entorno internacional con países que tienen costes de producción mucho más bajos. Este es el reto conjunto que debería abordarse y coordinarse desde los correspondientes ministerios.

    Fuente María Arias Álvarez Profesora del Dpto. Producción Animal, Facultad de Veterinaria, Universidad Complutense de Madrid, Clemente López Bote Catedrático de Veterinaria, Universidad Complutense de Madrid,  Felipe José Calahorra Fernández Profesor de Economía Agraria, Universidad Complutense de Madrid, Manuela Fernández Álvarez Profesora Titular de Tecnología de los Alimentos, Universidad Complutense de Madrid y María Isabel Cambero Rodríguez Catedrática de Tecnología de los Alimentos, Universidad Complutense de Madrid