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¿Lluvia de ranas?

 3 - 4 minutos

Se cuenta que la Baja Edad Media llamada por algunos “la cloaca de la Historia”, fué una época en la que el fanatismo y la superstición gobernaban la vida de los hombres. Ya en el Renacimiento, Galileo tuvo que echarse atrás de sus convicciones astronómicas delante de la Inquisición, cuando puso en duda el sistema geocéntrico; aunque se fuera rezongando: “y sin embargo se mueve”. Y en los tiempos modernos, tomamos a guasa si nos dicen que “llovían ranas”. No obstante, muchos fenómenos naturales que antiguamente se consideraban como manifestsaciones del Diablo, son científicamente explicables en la actualidad: ciclones tropicales, trombas marinas, tornados y torbellinos, granizadas, rayos en bola,... La inestabilidad atmosférica asociada a los sistemas de baja presión de pequeño diámetro es un fenómeno apasionante y dramático. Actualmente podemos leer en inglés el término dust devil cuya traducción literal es “diablo de polvo”, que se emplea para designar a los torbellinos o tolvaneras de polvo, arena y hojas muertas que se forman en los días calurosos del estío. Los macizos y potentes cumulonimbos de desarrollo vertical y aspecto cilíndrico, han despertado la imaginación de pintores (El Bosco, Goya, ...) que los representaban como enormes y airados gigantes. Los remolinos y las fuertes corrientes de aire ascendente asociadas a torbellinos, tornados, tormentas,... pueden empujar hacia arriba (por succión y ascenso) pesados objetos, que luego se vuelven a depositar o precipitar a cierta distancia del lugar en que fueron arrebatados. Ello ha dado origen a noticias alarmantes y a veces simpáticas, con datos recientes y creíbles registrados en distintas partes del mundo: caída de chubascos de agua mezclados con peces, gusarapos, ranas,...; también se cuenta que dentro de un granizo de gran tamaño, y con cuatro picos, había un sapo congelado. Los tornados de Norteamérica, derivados de la palabra española “tronada” concentran una gran violencia destructiva. Especialmente en el “callejón de los tornados” que, en direccion NE va desde Texas hacia Canadá a través de las grandes llanuras. En esos mini-ciclones, el aire inestable gira furiosamente alrededor de un centro de muy baja presión y pequeño diámetro. Los vientos adquieren velocidad huracanada, pero no se conocen en forma real, pues siempre que pasan cerca de un anemómetro, éste resulta destrozado o arrancado. La caída de la presión atmosférica es tan acusada a su paso que resulta que la presión dentro de un edificio es mucho mayor que en el exterior y el edificio explota, literalmente hablando. Las astillas y piedras levantadas por el viento huracanado actúan como pequeños proyectiles y se clavan en los muros y cercas. El ruido es ensordecedor, semejante al paso de una escuadrilla de aviones a reacción. Su gran potencia energética puede levantar del suelo objetos muy pesados, incluso coches y reses mayores. Se cuenta el caso curioso de un tornado que pasó sobre una granja avícola, absorbió y lanzó hacia arriba a muchas aves, las desplumó y las devolvió peladas y medio asadas unos kilómetros más adelante. Así pues, cuando alguien nos diga que llueven ranas, no seamos ni crédulos ni escépticos; podría tratarse de un intenso torbellino tormentoso que cruzase sobre una laguna y succionase e incorporase en sí las ranas, para luego devolverlas a tierra, mezcladas con un fuerte aguacero o descarga acuosa. En fin, una precipitación de ranas es un fenómeno posible de carácter local. Habrá que decir lo que el gallego: “no creo en meigas; pero, haberlas haylas”. ¡Ah!, y no es cierto que los meteorólogos seamos mentirólogos; aunque en esos casos le parezca a la gente.

 

Fuente:    Autor: Lorenzo García de Pedraza. JULIO 2007