La Tierra transformada: el mundo desde el principio de los tiempos, Peter Frankopan, 2024. Editorial: Crítica, 880 páginas, precio: 33,15 €, ISBN-10: 8491996230, ISBN-13: 978-8491996231.
(Reseña de Ernesto Rodríguez Camino)
Peter Frankopan (1971) es un historiador, escritor y, curiosamente, también hotelero británico con origen familiar croata. Es catedrático de historia global en el Worcester College de Oxford y director del Oxford Centre for Byzantine Research, además de miembro de la Royal Asiatic Society. Sus áreas de interés e investigación son la historia del imperio bizantino, el Mediterráneo, los Balcanes, el Cáucaso y Rusia, así como la interdependencia del islam y el cristianismo. También se ha especializado en la literatura griega de la Edad Media.
En esta obra Frankopan presenta una relectura de la historia global a través del prisma del medio ambiente y del cambio climático. El autor propone que la naturaleza no ha sido solo un escenario pasivo en la evolución e historia del hombre, sino un actor fundamental que ha determinado el auge y caída de civilizaciones, el desarrollo de las sociedades y los conflictos que han dado forma a nuestra historia global. Frankopan no solo se restringe a la historia de la humanidad. De hecho, el autor comienza con el origen de la Tierra y llega hasta nuestros días y también nos presenta sus ideas sobre el futuro. Frankopan nos relata como las erupciones volcánicas, los cambios en la actividad solar, las fluctuaciones en la temperatura global y los fenómenos meteorológicos extremos, en pie de igualdad con las acciones humanas nos ayudan a explicar y entender el devenir histórico. Este libro es una obra monumental en cuanto a extensión (880 páginas + 212 páginas de referencias en línea), en cuanto a cobertura temporal –no se ciñe a la historia del hombre sino que la enmarca, como hemos comentado, en la historia de la Tierra– y en cuanto al enfoque. Es un verdadero tour de force en el que además de la relación entre el medio ambiente con los hechos históricos, se analizan los orígenes de nuestra especie, la aparición de las religiones, el desarrollo del lenguaje, la evolución de las ideas, la aparición y hundimiento de imperios, las redes y los intercambios comerciales, etc.
Nos relata Frankopan como la agricultura ha transformado el planeta, como también lo han hecho el desarrollo del comercio global de especias, algodón y personas esclavizadas, e incluso el trasplante de tomates y patatas de las Américas a Europa. La humilde patata cambió el mundo, escribe el autor. Se analiza en el libro cómo la necesidad de centralizar el excedente agrícola dio origen al estado burocrático y cómo las crecientes demandas de cosechas contribuyeron al aumento del comercio de personas esclavizadas. Mientras que, en la historiografía tradicional, los relatos suelen centrarse en líderes, imperios, guerras y revoluciones tecnológicas, dejando en un segundo plano el papel de la geografía, el clima y los ecosistemas. Frankopan desafía esta perspectiva y analiza cómo los cambios en el entorno natural han sido catalizadores de grandes transformaciones históricas.
El libro plantea y subraya desde el principio que de no ser por la intensa actividad del Sol, los repetidos impactos de los asteroides, las épicas erupciones volcánicas, las extraordinarias transformaciones de la atmósfera, los espectaculares movimientos tectónicos y la constante adaptación de la vida durante miles de millones de años, hoy no estaríamos aquí. Todos estos eventos han dado lugar a las cinco extinciones masivas que han tenido lugar y que han moldeado la evolución de la vida sobre la Tierra. Igualmente, la evolución de los homínidos se vio acelerada por los cambios en las pautas climáticas que dieron lugar a unas condiciones más secas, en detrimento de los bosques, y crearon las presiones evolutivas que favorecieron el desarrollo de la postura erguida y la aparición de cerebros más grandes. También los homínidos adquirieron la capacidad de cubrir distancias más largas. Aunque estos cambios no fueron uniformes, la flexibilidad dietética en tiempos de imprevisibilidad ambiental y la habilidad para reducir los riesgos de mortalidad fueron factores clave para la resiliencia, el éxito y la expansión del género en su conjunto. El principal factor que moldeó la propagación y el asentamiento del homo sapiens fue el hallazgo de áreas benignas desde un punto de vista ecológico. Estas incluían una amplia variedad de hábitats —los bosques cálidos, los pastos de la sabana, las zonas costeras ricas en vida marina—, si bien parece que de forma deliberada el género evitó los paisajes demasiado abiertos.
Posiblemente, el principal hilo conductor de este libro consiste en contar la historia del homo sapiens y su evolución tanto como sujeto pasivo de los cambios en el medio ambiente como, a su vez, generador de estos mismos cambios en el medio natural. Los peligros derivados de la degradación del medio ambiente, el consumo excesivo de los recursos, juntamente con una carga demográfica insostenible, no pasaron desapercibidos para los pueblos que vivieron hace miles de años. Además de presentar las grandes inundaciones que ocurrieron durante el deshielo al final de la última glaciación (cuyo recuerdo ancestral inspira, sin duda, el Antiguo Testamento y otros textos sagrados) como un castigo divino, todas las historias acerca del diluvio plantean, aunque sea de forma implícita, el tema del descenso de la población y el control demográfico.
También se analiza en el libro cómo los cambios climáticos impulsaron grandes innovaciones. La Revolución Agrícola del Neolítico, por ejemplo, se debió en parte al fin de la última glaciación. Las pautas de asentamiento y las sociedades humanas habían experimentado un cambio drástico con el cultivo de la tierra. La domesticación de la cabra, la oveja y, más tarde, el ganado vacuno trajo consigo una serie de pequeñas revoluciones como consecuencia de la disponibilidad, por un lado, de fuentes de proteína estables y, por otro, de materiales como la lana y el cuero, que podían emplearse para hacer ropa y recipientes y contribuyeron al desarrollo de nuevas tecnologías. También hubo una ganancia clave de energía y tiempo —que era posible invertir en otras actividades— cuando se empezó a utilizar a los animales para trabajar el campo, permitiendo obtener mayores rendimientos agrícolas con una menor aportación humana en términos de esfuerzo. No menos importante que estos avances fue la domesticación del caballo que puede desplazarse a una velocidad diez veces superior a la humana y que fue esencial para la creación de los grandes imperios de la época clásica. Sin embargo, el autor enfatiza que la domesticación trajo también consigo problemas medioambientales a largo plazo, como la deforestación y la erosión del suelo, problemas que siguen afectando a la humanidad hasta nuestros días. Los alimentos no eran lo único que circulaba a través de las redes de pastores y nómadas, también lo hacían las materias primas, como el cobre y el estaño, y las tecnologías, como la cerámica y la metalurgia, como evidencia la aparición de cuchillos y hachas de bronce y otros artefactos producidos de forma similar y con estilos parecidos a lo largo y ancho de la estepa en el contexto de una red de “intercambio transeurásico”.
Las economías agrarias dependían en particular de las precipitaciones y la disponibilidad de agua, que a su vez están estrechamente vinculadas a las pautas climáticas. Cuando el agua era abundante, los grandes ríos, como el Tigris, el Éufrates, el Amarillo, el Yangtsé y el Indo y sus afluentes, hacían que la tierra pudiera cultivarse con facilidad. Cuando la precipitación escaseaba, en cambio, el resultado eran cosechas perdidas y hambre, con el riesgo asociado que representaban las enfermedades. En otros casos, los cambios climáticos, los fenómenos meteorológicos extremos o las catástrofes naturales favorecieron la aparición de enfermedades con consecuencias devastadoras. Un ejemplo de esto último nos lo ofrece la colosal erupción del volcán de la isla de Tera (hoy Santorini) hacia 1600 a. C., una de las más grandes de los últimos cinco mil años. De hecho, el efecto más importante de la explosión no sería el catastrófico y famoso tsunami que arrasó la isla de Creta, ni tampoco la reorientación de las civilizaciones mediterráneas que, básicamente, fue un resultado directo de este suceso, sino el papel que habría desempeñado en el surgimiento de nuevos patógenos y, en concreto, del virus causante de la viruela, que, según una hipótesis, apareció en la región del Nilo como consecuencia de las fuerzas evolutivas resultantes de la erupción y los cambios climáticos derivados de los residuos, gases y ácidos expulsados a la atmósfera. El cúmulo de testimonios escritos sobre la viruela que aparecen a lo largo de las rutas de la seda entre los siglos VII y XI durante una época de intensificación de los vínculos comerciales, políticos y culturales, nos ofrece otro ejemplo de cómo el aumento de los contactos facilita la propagación de las enfermedades. La diseminación de las ideas terapéuticas, técnicas curativas y conocimientos médicos fue una característica crucial de las regiones de Asia que estaban conectadas por tierra y mar. Al igual que ocurre en el presente, en el pasado las interconexiones comerciales no solo permitían la circulación de mercancías, personas e ideas, sino que estas redes también propagaban las enfermedades y la muerte.
Frankopan también explica, entre otros muchos ejemplos que es imposible siquiera mencionar en los límites de una reseña, la hipótesis del “Antropoceno temprano”, que postula que hace unos 5000 años las actividades y el comportamiento humanos tuvieron ya un impacto tan grande en el clima global como para ser capaz de cambiarlo evitando un nuevo período glacial.
Un caso muy interesante es el análisis de la crisis ecológica en la Antigua Roma. El crecimiento del Imperio dependía en gran medida de la explotación de los recursos naturales: bosques talados para la construcción de barcos, tierras sobrecultivadas para alimentar a la creciente población urbana y minería intensiva para abastecer la demanda de metales preciosos. La sobreexplotación de estos recursos, junto con factores climáticos adversos, contribuyó al declive de Roma, un patrón que Frankopan sugiere que podríamos estar repitiendo hoy.
En otro ejemplo, el autor nos muestra cómo la Pequeña Edad de Hielo (siglos XIV-XIX) afectó de manera drástica la estabilidad política y social en Europa y Asia, contribuyendo a crisis agrícolas, revueltas populares y conflictos bélicos. Un caso llamativo es el de China durante la dinastía Yuan, donde la escasez de recursos y el descontento social terminaron facilitando la caída del gobierno mongol y el ascenso de la dinastía Ming. De manera similar, en Europa, las malas cosechas y el frío extremo aumentaron la hostilidad hacia las minorías, provocando pogromos y persecuciones.
El análisis del impacto de las pandemias en la historia constituye otro ejemplo de cómo las condiciones ecológicas influyeron en su propagación. Frankopan explica cómo la Peste Negra, que diezmó la población europea en el siglo XIV, estuvo vinculada a cambios climáticos que alteraron los hábitats de las ratas y sus pulgas, facilitando la transmisión de la enfermedad. También argumenta que el descubrimiento de América no solo cambió el mapa político y económico del mundo, sino que generó una revolución ecológica: el llamado «Intercambio Colombino» llevó al Viejo Mundo productos como el maíz, la patata y el tomate, mientras que los europeos introdujeron caballos, vacas y enfermedades devastadoras que diezmaron a las poblaciones indígenas.
Uno de los aspectos más impactantes del libro es la conexión que establece entre los problemas ambientales del pasado y los desafíos actuales. Frankopan advierte que la humanidad ha alcanzado un punto crítico en su relación con el planeta. La explotación de los recursos que se aceleró en el siglo XIX no se limitó a los cultivos y las plantas. Había también asimismo una gran demanda de minerales y metales, en particular debido al desarrollo de nuevas tecnologías y al veloz crecimiento de la industria manufacturera. Un buen ejemplo es el estaño, que desempeñaba un papel clave en diversas industrias, como la producción textil, la ingeniería mecánica y el armamento militar. Se empleaba principalmente en la fabricación de latas para preservar alimentos: éstas resultaban esenciales para conservar los excedentes rurales y transportarlos a las ciudades, y por tanto cumplieron una función crucial en la urbanización, la industrialización y la globalización. El estaño se agotó rápidamente en Europa, lo que llevó a buscarlo en otros lugares, en particular en el sureste asiático.
Otro recurso muy apreciado era el aceite de ballena, que se obtenía de la grasa de estos animales y se empleaba principalmente como combustible para lámparas. Entre 1500 y 1800 se mataron unas 162 000 ballenas boreales o de Groenlandia. Aunque la caza de ballenas formaba parte de la economía del Ártico y el Atlántico Norte desde hacía mucho tiempo, la revolución industrial trajo consigo un aumento de la demanda porque su baja viscosidad lo convertía en un valioso lubricante para su uso en maquinaria, ya que no se secaba, ni se coagulaba ni corroía los metales.
Explica Frankopan cómo la Revolución Industrial trajo consigo un aumento sin precedentes en el consumo de combustibles fósiles, lo que nos está llevando al calentamiento global y al colapso de los ecosistemas. El autor también analiza el impacto del modelo agrícola actual, destacando cómo la producción masiva de carne y soja ha acelerado la deforestación del Amazonas y ha contribuido a la pérdida de biodiversidad.
En este sentido, Frankopan no solo nos recuerda que la crisis climática no es un fenómeno nuevo, sino que enfatiza que la escala de la transformación actual es mucho mayor que en cualquier otra época de la historia. Nos encontramos, según el autor, en una encrucijada en la que debemos decidir entre continuar con un modelo de desarrollo insostenible o cambiar de rumbo antes de que sea demasiado tarde.
Frankopan defiende que la idea de manipular el tiempo atmosférico tiene raíces largas y profundas. Desde la antigüedad hasta nuestros días, desde el sur de Asia hasta las Américas, sabemos de sociedades que practicaban rituales con el fin de atraer las lluvias, proteger los cultivos, conseguir cosechas abundantes y garantizar condiciones climáticas benignas. En el siglo XIX, los intentos de intervenir en el clima se habían hecho bastante más resueltos en lo que respecta a sus métodos y objetivos. El interés en la materia era especialmente fuerte en Estados Unidos, donde varios pioneros realizaron experimentos para determinar si era posible hacer llover. Uno de ellos fue James Espy, el primer meteorólogo financiado con fondos federales, que en la década de 1840 llevó a cabo diversas pruebas para generar precipitaciones de forma artificial prendiendo fuego a grandes extensiones de bosque con la esperanza de que la gigantesca columna de aire caliente resultante creara nubes y éstas, a su vez, hicieran llover. Aunque estos experimentos fueron un fracaso, otros científicos desarrollaron nuevas ideas a partir de la supuesta correlación entre las batallas en las que se empleaban grandes cantidades de obuses y las tormentas que, al parecer con frecuencia, se producían poco después.
El “Gran plan para la transformación de la naturaleza” anunciado el 20 de octubre de 1948 por Stalin fue un intento que pretendía crear seis millones de hectáreas de bosques nuevos, una serie de ocho cinturones forestales que además de estabilizar las arenas y los suelos sirvieran como barrera para los vientos que soplaban desde Asia central y favorecieran las lluvias en el sur de Rusia. Poco se dijo en su momento acerca del precio humano o ecológico de abrazar la modernidad a través de la construcción de grandes infraestructuras. En la India, la construcción de presas desplazó a cuarenta millones de personas, luego vinieron la salinización del suelo, la inundación de bosques y campos, el bloqueo o desvío de ríos y el impacto en el drenaje natural, efectos que en muchos casos no se hicieron evidentes hasta mucho tiempo después.
Existe un amplio consenso entre los científicos en que estamos siendo testigos de una “aniquilación biológica”, que en la actualidad es habitual describir como la “sexta extinción masiva”, y que difiere de las anteriores en que en esta ocasión el culpable es el ser humano. Es muy posible que estemos a punto de convertirnos en las víctimas de nuestro propio éxito como especie, y que las tensiones y presiones a las que hemos sometido a los ecosistemas con nuestro comportamiento nos hayan empujado cerca, o incluso más allá, de un punto de inflexión con consecuencias catastróficas. Sin embargo, como explica el autor, no podemos decir que no estuviéramos advertidos.
Mirando hacia el futuro, además de los conocidos riesgos asociados al cambio climático y la degradación ambiental, Frankopan enumera los peligros a los que se enfrenta nuestra especie y que también están relacionados con o afectan al medio ambiente, tales como la amenaza de una confrontación nuclear, las tormentas solares, el riesgo de que el ciclo lunar amplifique la subida del nivel del mar para crear mareas cada vez más altas, la posibilidad de que se produzcan tsunamis en los grandes océanos del mundo, la posibilidad de que se produzca un impacto cósmico, la posibilidad de grandes y catastróficas erupciones volcánicas, etc.
La Tierra Transformada es un libro ambicioso. Frankopan nos obliga a repensar la historia desde una perspectiva ecológica, revelando cómo el medioambiente ha sido un actor clave en la evolución de nuestra civilización. Su enfoque interdisciplinario, que combina historia, geografía, biología y economía, lo convierte en una lectura muy recomendable para aquellos interesados en comprender no solo el pasado, sino también los desafíos del presente y del futuro. Más que un relato de hechos –que también lo es– esta obra es una advertencia sobre los peligros del cambio climático y la sobreexplotación de los recursos naturales. Frankopan deja claro que la humanidad ha alterado el planeta de formas que podrían volverse irreversibles, pero también sugiere que aún estamos a tiempo de cambiar el curso de la historia. La Tierra Transformada hace, en última instancia, un llamamiento a la reflexión y a la acción en un mundo que se enfrenta a una de sus crisis más graves.