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Biodiversidad

  • ¿Cómo puede la ciencia de las cosas pequeñas ayudar en un reto tan grande como el cambio climático?

    Kinga Lubowiecka / EMBL Author provided

     

    La humanidad está aceptando poco a poco que nos enfrentamos a uno de los mayores retos de la historia de nuestra especie: el cambio climático a escala planetaria causado por la actividad humana. El reto es enorme, tanto por su importancia como por su escala física (el planeta tiene una superficie de 510 millones de km²).

    A pesar de la enormidad literal, una parte importante de la solución reside en el estudio de agentes y entes biológicos situados en el extremo opuesto de la escala: genes, proteínas y otras biomoléculas que parecen infinitamente pequeñas. El reciente desarrollo de vacunas contra la covid-19 es un gran ejemplo de cómo la comprensión de la estructura de proteínas y genes puede tener un impacto global en la sociedad.

    El Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL), junto con otros científicos internacionales, publica ahora un libro blanco con múltiples ejemplos de cómo este argumento es igualmente válido para la lucha contra el cambio climático. El planeta Tierra es una compleja red de vida, y la biología molecular reside en el interior de todos los sistemas vivos.

    Calentamiento global y emisiones de metano

    Varios países presentes en la COP26 han acordado reducir las emisiones de metano en los próximos años. El metano es un gas de efecto invernadero que contribuye al calentamiento global.

    Una gran parte de estas emisiones procede de las prácticas agrícolas modernas, y más concretamente de los métodos de cría animal utilizados para satisfacer la creciente demanda de carne y pescado. El ganado produce grandes cantidades de metano debido a su metabolismo y al modo en que digieren los alimentos en su intestino.

    La biología molecular podría ayudar a desarrollar nuevos alimentos para el ganado que diesen lugar a una menor producción de metano, sin afectar al contenido de proteínas y otros nutrientes esenciales. La investigación genética sobre las características del ganado, el microbioma de las vacas y la alimentación de estos animales puede ayudar al desarrollo de estos piensos.

    Además, la biología molecular también puede ayudar al desarrollo de alternativas a la carne mediante la investigación de las características de los alimentos vegetales para mejorar su cosecha y sabor.

    Cuarta generación de biocombustibles

    Otra fuente importante de emisiones procede de los combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas natural. En este caso, la biología sintética y la biología de sistemas estaría liderando el camino hacia la cuarta generación de biocombustibles. Tanto la ingeniería de microorganismos como la de cultivos agrícolas podrían servir como fuente principal de biocombustibles.

    Además de reducir las emisiones de gas, debemos eliminar el dióxido de carbono presente en la atmósfera. Una de las contribuciones clave de las ciencias de la vida es el estudio de los procesos involucrados en la reducción de carbono, como la fotosíntesis.

    Hay especies de plantas, algas y procariotas que son increíblemente eficaces en capturar el carbono de la atmósfera y de los océanos, incluso más que los árboles y plantas. Un estudio más profundo de estos organismos y sus mecanismos moleculares podría permitir su uso en procesos a gran escala para eliminar CO₂ de la atmósfera.

    Ecosistemas y pérdida de biodiversidad

    La Tierra está experimentando la sexta extinción a gran escala, y la causa es la acción humana sobre el medio ambiente. El ser humano ha provocado profundos cambios en la distribución de los ecosistemas y de organismos como microorganismos, animales y plantas, así como en la forma en que interactúan entre sí.

    El último informe del IPCC señala que la actividad humana ha alterado el clima del planeta de forma irreversible para los próximos cientos de miles de años. La biología molecular aporta conocimientos en este ámbito del cambio climático con sus estudios sobre la forma en que las diferentes especies de seres vivos se adaptan, prosperan o disminuyen cuando el entorno se modifica.

    Por ejemplo, el estudio en profundidad de las especies resistentes a determinados agentes agresores del medio ambiente y el estudio de las especies centinela que indican cambios en el medio ambiente y los mecanismos moleculares que sustentan sus respuestas pueden aplicarse a los seres vivos más sensibles a los cambios en el entorno.

    Estos estudios ayudarían a la comunidad científica a entender los efectos de los cambios en la naturaleza y a establecer un sistema de alerta para evitar cambios irreversibles en determinados ecosistemas en riesgo.

    Contaminación antropogénica

    Este tipo de contaminación incluye, entre otros, los plásticos y los productos químicos. Una gran cantidad de estos contaminantes creados por el ser humano se están acumulando en el medio ambiente llegando hasta la cadena alimentaria, con el subsecuente perjuicio tanto al planeta como a los seres humanos. Es imprescindible pues determinar cómo interactúan estos residuos con los distintos tipos de vida a nivel molecular, a nivel orgánico y a nivel de ecosistema.

    La biología molecular puede aportar soluciones para ayudar a limpiar nuestro entorno. Hay científicos que ya están estudiando áreas como la biodegradación de los polímeros de plástico o el metabolismo de fármacos en el medio ambiente. Nuevos análisis químicos permitirían a los expertos caracterizar bibliotecas químicas (denominadas quimiotecas) de pesticidas, antibióticos, compuestos naturales y esteroides, así como metabolitos en el contexto de la salud ambiental y los sistemas microbianos.

    Para conseguir los objetivos descritos en el libro blanco de EMBL es necesario un gran esfuerzo colectivo. La comunidad científica debe ser aún más interdisciplinar, más diversa, colaborativa y divulgativa.

    Los climatólogos, los ecólogos, los físicos, los biólogos moleculares y demás investigadores deben recibir apoyo para trabajar juntos.

    Es necesaria una mayor inversión por parte de los Gobiernos y las autoridades para acelerar los resultados de la ciencia básica que permitan comprender mejor el planeta en el que vivimos para encontrar soluciones a la crisis climática e iniciar la recuperación ecológica.

     

    Publicado en  el 23 de noviembre de 2021. Enlace al original: https://bit.ly/3nQhLnO

    Cláusula de Divulgación

    James Sharpe no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

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  • ¿Cómo serán nuestras ciudades en un mundo que se calienta rápidamente? No pasará mucho tiempo antes de que una temperatura de  50 °C sea normal

    El clima cálido "se hornea" en desventaja. Regenerar ecosistemas naturales y vivos nos ayudará a todos

     

    Sydney’s skyline silhouetted against the setting sun on a hot summer day

    "A medida que nuestras ciudades se calientan, las desigualdades arraigadas en ellas se intensifican rápidamente". Fotografía: folkeandersen.com/Alamy

     

    Hace un siglo, el crítico y escritor de crimen británico GK Chesterton declaró que la ficción criminal es la poesía de la ciudad. El argumento de Chesterton era que la ciudad está más en sintonía con la poesía de la vida contemporánea que el campo, pero su observación también dio con algo no menos importante, que es que las estructuras que dan forma a la vida social y económica son visibles en sus formas concentradas en el medio ambiente urbano. 

    Esto es especialmente cierto cuando se trata de los impactos del calentamiento global. A medida que nuestras ciudades se calientan, las desigualdades arraigadas en ellas se intensifican rápidamente. Un día a 45 °C en el centro de la ciudad de Sydney no es divertido, pero los residentes de los barrios prósperos cercanos al centro tienden a vivir en casas y apartamentos bien equipados y con aire acondicionado, además de disfrutar de un fácil acceso a las playas, parques, piscinas y Bibliotecas donde refugiarse del calor.

    Pero un día de 45 °C en el centro de la ciudad es probable que equivalga a un día de 47 °C o 48 °C en el oeste exterior, y los niveles más bajos de renta socioeconómica significan que estas temperaturas aún más extremas a menudo se soportan en casas de menor calidad, con aislamiento y ventilación menos efectivas. Una mayor dependencia de los alojamientos de alquiler y las viviendas sociales también significa menos control sobre las comodidades disponibles: el aire acondicionado a menudo solo se proporciona si el propietario acepta instalarlo. E incluso cuando se dispone de aire acondicionado, el gasto de funcionamiento es prohibitivo para muchas personas.

    Los residentes de los barrios periféricos tampoco disfrutan del mismo acceso a las instalaciones comunitarias que sus vecinos adinerados del este; en su ausencia, a menudo se ven rechazados por otras opciones menos acogedoras cuando necesitan protegerse del calor.

    En un estudio realizado por Resilient Sydney y el Sydney Environment Institute después de las olas de calor de 2016-2017 de Sydney, los miembros de los grupos de enfoque describieron cómo se aprovechaba el aire acondicionado gratuito en los centros comerciales y los clubes de la Liga de Servicios para Personas Retornadas. Pero muchos también reconocieron las limitaciones de esta estrategia: los clubes con licencia no son espacios seguros para quienes tienen problemas con el alcohol o el juego, mientras que otros hablaron del estrés de las multitudes y de manejar a los niños en los centros comerciales durante períodos prolongados.

    Los encuestados en el mismo estudio también enfatizaron los problemas del transporte cuando hace calor. Sin coches, las personas se ven obligadas a depender del transporte público, pero los trenes tienen la costumbre de fallar durante las condiciones meteorológicas extremas, lo que provoca retrasos que dificultan la llegada al trabajo o el cumplimiento de otros compromisos. E incluso cuando están en funcionamiento, los autobuses y trenes no siempre tienen aire acondicionado: un encuestado habló de tener que tomar un autobús extremadamente caliente con un bebé de un año.

     

    Houses in western Sydney

    Vivienda en una ola de calor en el oeste de Sydney: las ciudades australianas serán más grandes y populosas en las próximas décadas. Fotografía: Carly Earl/The Guardian

     

    Incluso caminar se convierte en un desafío: una mujer comentaba que "sacar a tres niños al sol" para que los recogieran en la escuela era "absolutamente insoportable", pero concluye: "No hay otra manera, tienes que hacerlo".

    Otros hablaron del efecto de los cortes de luz, de los días en apartamentos que se eran como hornos, o del cuidado de niños con problemas de salud y problemas de comportamiento en condiciones de extrema incomodidad, de la angustia psicológica y el aislamiento social de estar atrapado en casa y sentirse incapaz de poder salir fuera.

    Estos ejemplos pintan un retrato vívido de las formas en que un clima cambiante se cruza con otras formas de desigualdad en las ciudades australianas, multiplicando las tensiones sobre las ya desfavorecidas y agudizando las vulnerabilidades preexistentes. Y este proceso se está acelerando. En enero del año pasado, el mercurio alcanzó los 48.9 °C en Penrith, pero es razonable suponer que para fines de esta década (y posiblemente antes) estaremos experimentando temperaturas superiores a los 50 °C en algunas partes de Sydney, así como temperaturas similares en otras capitales.

    Tampoco estos problemas van a desaparecer. A pesar de los impactos de Covid-19, las ciudades australianas se harán más grandes y más populosas en las próximas décadas. Mientras tanto, la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero nos va a obligar a tomar decisiones difíciles sobre su distribución y organización, aumentando la densidad en muchas áreas y construyendo corredores de transporte para mover a las personas de manera más eficiente.

    Pero esta también es una buena noticia. Porque significa que tenemos la oportunidad de remodelar nuestras ciudades y hacer que funcionen mejor para todos nosotros. Y una de las cosas más importantes en que lo hagamos regenerando sistemas naturales e incorporando ecosistemas vivos en el entorno urbano.

    Hay muchas buenas razones para adoptar el uso de sistemas vivos en nuestras ciudades. Los árboles y otras infraestructuras verdes, como los muros de plantas, no solo son uno de los mecanismos más eficientes para administrar el calor en las áreas urbanas, reduciendo las temperaturas hasta en ocho grados, sino que también disminuyen el uso de energía al enfriar los edificios, mejoran la calidad del aire y absorben dióxido de carbono. Asimismo, la restauración de la vegetación natural mejora la salud de ríos y humedales. Y los intentos de regenerar el vasto sistema de arrecifes de ostras que alguna vez rodearon gran parte del continente no solo están atenuando los efectos alarmantes sobre la biodiversidad y la calidad del agua, sino que también están ayudando a regenerar los lechos de pastos marinos, que a su vez protegen las frágiles costas del daño de las tormentas al absorber la energía de las olas.

    La incorporación de ecosistemas vivos a nuestras ciudades también nos beneficia de formas más directas. Se ha demostrado repetidamente que la proximidad al agua y los árboles reduce los niveles de estrés, aumenta nuestro sentido de conexión y mejora nuestro estado mental. Esto es particularmente importante para los niños: un estudio del Reino Unido mostró que los niños desfavorecidos que asistían a la “escuela forestal”, básicamente medio día a la semana al aire libre, mostraron mejoras significativas en la asistencia escolar, el rendimiento académico, los niveles de estrés y el bienestar emocional.

    La presencia continua de sistemas naturales en nuestras vidas también es vital de otra manera menos obvia. El contacto con árboles, agua y animales nos anima a pensar en nosotros mismos como parte del mundo natural, no como algo separado de él. Y eso es desesperadamente importante porque el hecho brutal es que la única forma en que cualquiera de nosotros sobrevivirá el próximo siglo es reconsiderando estas relaciones.

     

    A healthy native oyster reef

    Un arrecife de ostras nativo saludable: su regeneración protege las costas de los daños de las tormentas. Fotografía: Simon Branigan/The Nature Conservancy

     

    Esto es particularmente cierto aquí en Australia, donde nuestros entornos urbanos son paisajes borrados que oscurecen no solo las profundas historias de los pueblos indígenas que alguna vez los cuidaron, sino la violencia de su despojo. En estos espacios las plantas y animales que alguna vez los habitaron se vuelven fugitivos, extirpados a favor de los ecosistemas radicalmente simplificados de casas suburbanas, jardines, parques y franjas naturales. Esta violencia está incluso codificada en la topografía: las amplias calles del suburbio de Glenelg, junto a la playa de Adelaide, donde crecí, fueron una vez un sistema de lagunas y humedales repletos de peces y aves, mientras que en la década de 1940 la desembocadura del río Cooks que fluye cerca mi casa en Sydney se trasladó un kilómetro y medio para acomodar la construcción en el aeropuerto de Sydney.

    Ni la pérdida ecológica ni cultural causada por esta destrucción podrá deshacerse por completo. Pero lo que sobrevive a menudo sorprende por su riqueza y diversidad. A lo largo del río Hawkesbury, en la periferia de Sydney, un proyecto notableestá volviendo a la vida la historia de Darug, permitiendo que los paisajes anteriores a la invasión y el conocimiento cultural indígena emerjan del paisaje asentado como un palimpsesto. Y en una escala mucho menor, un proyecto en el que 350 metros cuadrados de lo que una vez fue pasto desnudo en un parque en el oeste interior de Sydney se dejaron desatendidos, ha visto cómo 21 especies asombrosas de cubierta vegetal nativa brotan del suelo previamente degradado, germinando de semillas que han permanecido inactivas durante un siglo o más. A medida que estos sistemas regenerados se desarrollan, se vuelven más complejos y diversos, secuestrando dióxido de carbono en el suelo, desarrollando intrincadas redes de hongos y otros organismos y atrayendo abejas y aves nativas.

    Ninguna de estas soluciones está exenta de complejidades o contradicciones. El éxito de la infraestructura verde, como los árboles, depende de que los ayuntamientos y otros organismos planten especies que sean apropiadas no solo para nuestro clima actual, sino también para los climas más cálidos y extremos de las próximas décadas. Del mismo modo, algunas especies de árboles pueden crear nuevos problemas, como han descubierto algunos residentes de Sydney cuando los programas de plantación centrados en especies particulares provocaron inundaciones cuando los árboles dejaron caer sus hojas y bloquearon los desagües.

    Quizás aún más importante, la adopción de estas soluciones basadas en la naturaleza debe manejarse de una manera que no afiance aún más las desventajas: mientras que iniciativas como Greening Sydney 2030 de la ciudad de Sydney (y especialmente su énfasis en el acceso equitativo a la sombra) son vitales , es importante reconocer que los consejos o juntas de las zonas menos favorecidas a menudo carecen de los recursos para llevar a cabo programas de plantación a gran escala.

    Como demuestran claramente los veranos recientes, la crisis climática ya está remodelando nuestro mundo. Ese proceso solo se volverá más extremo y más convulsivo en los próximos años. Hacer frente a estos desafíos requiere mucho más que plantar árboles y regenerar los ecosistemas. Pero los éxitos de las soluciones basadas en la naturaleza son un recordatorio elocuente de que un futuro en el que se puede sobrevivir es también, necesariamente, un futuro más justo, más justo y más saludable.

      

    Artículo publicado el 14 de junio de 2021 en The Guardian por James Bradley. Enlace al artículo original: https://bit.ly/3zxACre

     

    (James Bradley es un novelista y crítico australiano
    Esta es una versión editada de una charla dada en el Green Living Center con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente)

     

  • ¿Habrá partes del océano que queden desiertas por culpa del cambio climático?

     

     

    La temperatura es la propiedad ambiental con mayor influencia en la biología de los organismos y, en consecuencia, en la forma en la que estos interactúan entre sí y con el medio que les rodea. Ella determina la velocidad a la que ocurren las reacciones químicas del metabolismo y, de esta forma, rige el tempo de procesos vitales como el crecimiento, la fecundidad o la reproducción.

    Podría decirse que la vida en la Tierra se comporta de la misma manera que una olla en el fogón: a mayor temperatura, todo ocurre más rápido.

    En los ambientes acuáticos, además de esta relación directa entre temperatura y biología, la temperatura del agua determina otras propiedades físicas del medio como la cantidad de oxígeno disuelto (fundamental para la respiración de los organismos) y la capacidad de absorción del CO₂ atmosférico (clave en el control del efecto invernadero y de la acidez de los océanos).

    Si juntamos las piezas de este puzle y nos centramos en los océanos, es de esperar que un aumento de la temperatura del agua acelere el metabolismo de los organismos. Aumentaría su respiración y, por tanto, su demanda de oxígeno (elemento que será cada vez más escaso en su medio). No parece una situación ideal, desde luego. Aunque sabemos que unas especies resistirán mejor los impactos del cambio climático, otras (más vulnerables) verán sus poblaciones mermadas pudiendo llegar a extinguirse.

    Proyecciones para saber qué pasará en el futuro

    Ante este panorama, y para estudiar de forma pautada las consecuencias globales futuras del calentamiento del planeta, los científicos trabajan con escenarios predefinidos de futuro, conocidos como escenarios RCP. Basados en potenciales patrones de emisión de gases de efecto invernadero, estos escenarios predicen que la temperatura media de los océanos aumentará entre 0,8 y 3,1℃ a finales del siglo XXI.

    Considerando estos rangos de temperatura, los científicos tratan de predecir cuál será la respuesta de los ecosistemas a las condiciones ambientales futuras a través de experimentos en los que las especies marinas son sometidas a esos niveles de temperatura.

    Los resultados de estos estudios de laboratorio y las observaciones in situ de condiciones ambientales apuntan ya a que estaríamos acercándonos a los rangos fisiológicos tolerables por las especies de zonas tropicales. Por tanto, el límite de habitabilidad de estas regiones podría estar más próximo de lo que pensábamos.

    Las especies huyen de los trópicos

    En abril, un estudio publicado en la prestigiosa revista PNAS constató que la respuesta de los organismos marinos de zonas tropicales al calentamiento global lleva en marcha al menos unas décadas.

    El trabajo comprobó que entre 1955 y 2015 ha habido un desplazamiento general de especies marinas desde la zona ecuatorial hacia los polos (zonas más templadas de mayores latitudes). Este patrón de abandono de las zonas tropicales, calculado usando datos de unas 50.000 especies marinas, podría ser de tal dimensión que estas regiones estarían dejando de ser los lugares del planeta con mayor biodiversidad. Y no solo eso, parece ser que el número de especies desplazadas aumenta década tras década, acelerando la “huida” de especies tropicales.

    Fenómenos así no son nuevos en la historia de la Tierra. Los científicos ya han observado este tipo de patrones en el registro fósil coincidiendo con periodos de calentamiento global en el pasado.

    Lo novedoso (y más preocupante) de la situación actual es la velocidad a la que todo está pasando. Este estudio sería la primera evidencia científica a gran escala del abandono generalizado de especies de las zonas tropicales por culpa del calentamiento global de forma abrupta y acelerada.

    Efectos también para los humanos

    Si esta tendencia continúa, el impacto de la desaparición de la biodiversidad tropical será incalculable para la humanidad. En las zonas tropicales (donde se estima que vive el 85 % de la población humana más pobre del planeta) se ha estimado que la pesca podría caer un 40 % hacia 2050 en relación a los valores del año 2000 debido al cambio climático. Esto supondría un riesgo para la seguridad alimentaria y los ingresos provenientes del turismo en estas zonas.

    Además, se estima que el aumento de la temperatura húmeda (medida en condiciones de humedad máxima) terrestre por encima del límite fisiológico soportable por los humanos (35℃) dificultará la supervivencia de las sociedades en estas áreas y desencadenará migraciones climáticas cuyas consecuencias a nivel geopolítico son aún difíciles de predecir.

    Ante esta perspectiva, y en vista de la insuficiente ralentización de las causas que favorecen el cambio climático, la comunidad científica se centra ahora en la búsqueda de opciones de mitigación y adaptación a las consecuencias del cambio climático en la pesca. Estas medidas –que no son exclusivas de las pesquerías tropicales porque el desplazamiento de stocks pesqueros hacia los polos es global– tienen sus pilares principales en la capacidad organizativa de las comunidades humanas e instituciones, y en el aprovechamiento del conocimiento científico y local.

    Cumplir los acuerdos internacionales que establecen el límite del calentamiento global del planeta en 1.5℃ para el siglo XXI (Cumbre Climática de París, 2015) es, a día de hoy, la única medida paliativa que podría frenar esta tendencia catastrófica. Si bien todo parece indicar que llegaremos tarde a esta meta, no todo estará perdido si se reactiva la voluntad política.

     

    Publicado el 6 de junio de 2021 en The Conversation por Juan Bueno Pardo. Enlace al original: https://bit.ly/3zrrVPt

    Este artículo forma parte de Océanos 21, una serie de artículos sobre los océanos del mundo que nos llevan a explorar las antiguas rutas comerciales del océano Índico, la contaminación de plásticos en el Pacífico, la luz y la vida en el Ártico, la pesca en el Atlántico y la influencia del océano Antártico en el clima global. La red de colaboradores internacionales de The Conversation pone estos textos a su alcance.

     

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    Juan Bueno Pardo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

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  • ¿Por qué la pérdida de la biodiversidad recibe menos atención internacional que el cambio climático?


    Los seres humanos están teniendo un impacto sin precedentes y sin parangón en el mundo natural.
    Alrededor del 70% de la tierra y el 87% del océano han sido "significativamente perturbados" por los seres humanos. La producción de alimentos para los humanos ocupa hasta la mitad de la superficie habitable del planeta.
    Por culpa del ser humano, un millón de especies animales y vegetales se enfrentan a la extinción, muchas de ellas en pocas décadas.
    Las amenazas a las especies del mundo -de las que dependen miles de millones de personas para obtener alimentos, agua y otros servicios de los ecosistemas- no harán más que empeorar con el cambio climático, que se espera que supere a la conversión de tierras y se convierta en la mayor amenaza para la biodiversidad este siglo.
    Como informó recientemente Carbon Brief en un artículo explicativo, un campo de investigación cada vez más amplio muestra que el cambio climático y la pérdida de biodiversidad están profundamente conectados, compartiendo factores comunes y, en algunos casos, posibles soluciones.
    Sin embargo, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad se abordan actualmente en cumbres separadas de la ONU, ya que las próximas conversaciones sobre el clima, la COP27, se celebrarán en Egipto en noviembre y las próximas conversaciones sobre biodiversidad, la COP15, tendrán lugar en Montreal (Canadá) en diciembre.
    Las conversaciones de la ONU sobre biodiversidad han recibido históricamente menos atención internacional que sus homólogas sobre el clima.
    Por ejemplo, los líderes mundiales y los medios de comunicación acuden menos a las cumbres sobre biodiversidad, y los fondos que los negociadores destinan a esta cuestión suelen ser "de millones y no de miles de millones", según declaró un experto en cumbres de la ONU a Carbon Brief.
    En el siguiente vídeo, grabado en las conversaciones preparatorias de la COP15 celebradas en Ginebra en marzo, una serie de partes interesadas, desde representantes de la ONU hasta activistas, explican por qué creen que la pérdida de biodiversidad recibe menos atención internacional que el cambio climático.

    Vídeo de Joe Goodman para Carbon Brief.

    Fuente:

  • Cómo gestionar la transición energética para que no acabe con la biodiversidad

    Pico Correcillas o Polvoredo, en la Cordillera Cantábrica (León). Se observan zonas susceptibles de ser afectadas por la ubicación de proyectos de producción de energía. Rodrigo Castaño de Luis, Author provided

    Vivimos en un siglo caracterizado por cambios globales que están estrechamente vinculados entre sí: la emergencia climática, el pico del petróleo, la crisis de biodiversidad, el abuso de fertilizantes, herbicidas e insecticidas y el desmesurado crecimiento poblacional, entre otros.

    Además, todos estos fenómenos están relacionados con nuestro planeta y sus habitantes, con el lugar y los seres con quienes compartimos tiempo y espacio. Y todos se nos presentan como retos importantes. Amenazan directamente nuestro bienestar y, en muchos casos, también nuestras vidas.

    Afortunadamente, comenzamos a reaccionar. Tanto Europa como España están emprendiendo acciones para frenar algunos de estos cambios. Principalmente, los que involucran al calentamiento global (mediante la descarbonización energética) y a la crisis de biodiversidad (empleando las sucesivas estrategias de la UE sobre biodiversidad).

    Puesto que ambos procesos están íntimamente interconectados, cualquier posible solución pasa por abordarlos de manera sincrónica, conjunta y equilibrada. Desde luego, la resolución de uno de ellos no puede, en ningún caso, suponer efectos negativos para el otro.

    Sin embargo, el proceso actual de transición energética parece totalmente ajeno a esta última afirmación. Se observa un tsunami de proyectos de energías renovables, en muchas ocasiones con dimensiones desorbitadas, que superan los objetivos propuestos por las Estrategias del Plan Integrado de Energía y Clima 2021-2030 (PNIEC).

    Estos proyectos se localizan sobre y cerca de áreas de alto valor ambiental y, en ningún caso, contemplan los impactos, ni locales ni sinérgicos, sobre el medio ambiente y la biodiversidad.

    Lo que subyace es más de lo mismo. Más de lo que nos ha traído a esta situación de crisis que ahora tenemos que afrontar: megaempresas que venden su producto como “energía limpia”, pero cuyos objetivos son los beneficios económicos rápidos. En muchas ocasiones, buscan recibir subvenciones destinadas a la protección medioambiental, pero con resultados que no solo no ayudan a conservar el medio ambiente, sino que implican una importante degradación del mismo.

    Grupos de trabajo especializados

    Un buen número de iniciativas están haciendo frente a esta situación. Están promovidas por estamentos sociales muy diversos: población local directamente perjudicada por los proyectos, incluyendo a empresas que desarrollan actividades económicas en las zonas afectadas, colectivos conservacionistas preocupados por el deterioro medioambiental y también técnicos e investigadores en diversas disciplinas relacionadas con el patrimonio natural.

    En esta última categoría entra MEDINAT, un grupo de trabajo abierto formado por especialistas en diferentes aspectos del medio natural y centrado en el ámbito de la Cordillera Cantábrica. Sus principales objetivos son los siguientes:

    • Documentar diversas afecciones al medio natural relacionadas con proyectos de producción energética industrial.
    • Poner a disposición pública los informes que se generan, así como la normativa relacionada.
    • Prestar apoyo a diversos colectivos en el trabajo de alegaciones.

    De cara al futuro, MEDINAT tiene como objetivo analizar posibles escenarios para que la transición energética tenga un efecto favorable para el medio ambiente.

    ¿Cómo diseñar los proyectos?

    La pregunta clave es qué aspectos habría que tener en cuenta para que la transición energética se haga de forma beneficiosa para la conservación de la biodiversidad.

    Es importante comprender que existe una serie de factores que degradan la biodiversidad. Su desarrollo solo es posible si permitimos la existencia de territorios naturalizados, donde la intervención humana no afecte a los delicados ciclos y cascadas tróficas que la sustentan.

    Con esta problemática en mente, indicamos algunos aspectos que habría que considerar:

    1. Zonificación adecuada.Implica una planificación previa y vinculante realizada por técnicos y especialistas que determinen las zonas más adecuadas para la instalación de las energías renovables y sus redes de evacuación. Deberían evitar zonas de alto valor ambiental y paisajístico y ubicarse preferentemente en suelo industrial o en lugares como tejados, superficies urbanas o carreteras.
    2. Dimensiones adecuadas.Puesto que los macroproyectos tienen un mayor impacto, es necesario llevar a cabo esta transición mediante actuaciones de pequeño tamaño, descentralizadas y, siempre que sea posible, vinculadas al autoconsumo local. Es necesario promover la creación de proyectos diferentes a los que han funcionado hasta ahora, como pueden ser las comunidades y cooperativas energéticas locales.
    3. Investigación y desarrollo de nuevas tecnologías por parte de las empresas promotoras de grandes proyectos en energías renovables.Urge la creación de prototipos de aerogeneradores y placas solares que generen un menor impacto ambiental y que puedan ser más polivalentes en cuanto a sus lugares de instalación. Existen ya alternativas, pero necesitan un empuje para mejorar su eficiencia y para ser implementadas a una escala real.
    4. Preferencia por las empresas con actuaciones a largo plazo que favorezcan la salud medioambiental y la conservación.Estas son complementarias a la creación y distribución de energía procedente de fuentes renovables y se ejecutan en los territorios donde se implantan. Al mismo tiempo, rechazo sistemático a aquellas empresas que promuevan actuaciones poco éticas o directamente contrarias al medio ambiente (como la fragmentación de proyectos o la localización de los mismos en zonas de alta sensibilidad ambiental, entre otras).
    5. Estudios de impacto ambiental analizados por especialistas.La Administración debe exigir que no sean un mero trámite administrativo y que, tanto estos como las alegaciones a los mismos, sean analizados por técnicos expertos en cada disciplina. Los estudios de impacto han de ser estrictos, eficientes e independientes. Deben representar la realidad mediante un trabajo previamente documentado y comprobado en campo, y siempre realizado teniendo en cuenta la estacionalidad de muchos seres vivos.

    ¿De quién es la responsabilidad?

    Es la Administración, y no las grandes empresas, quien, mediante una planificación previa y ordenada, debe establecer el cuándo, el cómo y el dónde de los proyectos de generación de energía renovable.

    Los problemas complejos que involucran múltiples factores no pueden ser resueltos solucionando solo uno de ellos. En este contexto, MEDINAT es solo una pieza de un enorme puzle que crece por momentos, ya que el número de colectivos y personas sensibilizados con este problema aumenta de forma continua.

    El trabajo que todas estas personas están realizando y compartiendo de forma altruista está permitiendo matizar la visión romántica y poco realista de lo que significa utilizar espacios con alto valor ambiental para establecer infraestructuras de energías renovables.

    Pero nos queda el desafío más importante: aprender formas nuevas de vivir, de relacionarnos entre nosotros y con el medio ambiente y de impedir la inercia de las empresas y las Administraciones que aún trabajan con formas y objetivos del siglo XX.

    Fuente: The Conversation: Autoras: Estrella Alfaro Saiz y Esperanza Fernández

  • Cómo un estudio publicado en una revista científica de prestigio puede acabar en un genocidio

     Vista aérea de una comunidad indígena en la selva amazónica. Shutterstock / MarkFoxPhoto

      

    Poco tiempo después de haberse alzado presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki prohibió la terapia antirretroviral contra el sida. Corría el año 2000 y una de cada cinco sudafricanas embarazadas padecía la enfermedad. En aquel momento ya estaba establecido que el sida era causado por el VIH y que su tratamiento requería de antirretrovirales. Se estima que esta visión negacionista causó al menos 300.000 muertes adicionales por el virus.

    Aunque parezca increíble, esta política genocida tenía su base en la literatura científica. Algunas publicaciones en Nature y Science, las revistas científicas a las que se presupone el mayor prestigio, la apoyaban. Peter Duesberg, catedrático de biología en la prestigiosa Universidad de Berkeley y asesor de Mbeki, sentó las bases de la catástrofe al publicar sus erróneas tesis en Nature y Science –aunque ambas investigaron más tarde la veracidad de sus afirmaciones–.

    Pero en la ciencia, como en la vida, el prestigio es algo relativo y no debe tomarse muy en serio. El caso de Duesberg y el sida está bien documentado en la hemeroteca. Sin embargo, debemos subrayar otros casos menos conocidos, pero de rabiosa actualidad, en los que artículos publicados en revistas de prestigio están favoreciendo tanto la inacción climática como la pérdida de biodiversidad.

    Hay dos ideas que son particularmente peligrosas y que, si se desarrollan, podrían desembocar en verdaderos ecocidios e incluso en genocidios. La primera es la idea que el cambio climático se combate plantando árboles. La segunda es que hay que “conservar” un 30 % de los ecosistemas, principalmente aquellos más “salvajes” o en estado virgen, para restaurar la biodiversidad.

    Plantar árboles, ¿la solución al cambio climático?

    En 2019, Science publicaba un artículo que defendía la idea de plantar árboles como la solución más efectiva contra el cambio climático. El estudio contenía errores de bulto; se basaba en asunciones tales como que la cobertura arbórea en la tundra es del 80 %. Recordemos que la tundra es el bioma polar donde, por definición, el frío imposibilita todo crecimiento arbóreo.

    Este artículo fue duramente criticado y recibió hasta 5 cartas de respuesta señalando varios de sus graves errores.

    A pesar de ello, Science decidió no retirar el artículo, igual que no hizo con los de Duesberg. Se publicaron algunas correcciones generales, pero que no afectaban a la base del paper.

    Pues resulta que este estudio es, a día de hoy, el que toma de base las Naciones Unidas para establecer en qué zonas se debe reforestar para mitigar el cambio climático.

    Proteger más del 30 % de los ecosistemas

    En la última asamblea general de la Naciones Unidas, el pasado 22 de setiembre, se celebró una jornada en la que distintas organizaciones se comprometieron a donar 5.000 millones de dólares para comprar tierras y, supuestamente, restaurar su naturaleza. La iniciativa persigue eliminar la presencia del hombre en, por lo menos, un 30 % de la superficie terrestre para lograr un reequilibrio con la naturaleza y paliar la crisis de la biodiversidad.

    El fundamento tras estas medidas se encuentra, por ejemplo, en un artículo que publicaba Nature en 2018 argumentando que resulta cada vez más urgente proteger los últimos territorios vírgenes restantes en África o América.

    Pero esta idea es solo un precepto ideológico carente de fundamento científico. Es sobradamente conocido que los ecosistemas prístinos constituyen menos del 1 % del Viejo Mundo. En el Nuevo Mundo, así como en los países que fueron antiguamente colonias, son cada vez más las evidencias que nos indican que los paisajes otrora considerados vírgenes, así como su elevada biodiversidad, son en realidad el resultado de la gestión de las comunidades locales.

    También sabemos desde hace tiempo que la declaración de Parque Nacional, o de otras figuras de protección que impiden la gestión, no es la forma más efectiva de conservar un ecosistema. De hecho, no es raro que empeore su estado de conservación.

    El problema, por tanto, no está en la dicotomía hombre vs. naturaleza, sino en cómo convive el hombre dentro de la naturaleza. En realidad, debemos aspirar a proteger el 100 % de la Tierra: realizar un aprovechamiento sostenible de sus recursos en la totalidad del planeta.

    La medida del 30 % afectará, sobre todo, a los más pobres. Las comunidades indígenas del sur global verán como son desposeídas de sus tierras, y de su modo de vida, a pesar de no ser responsables de la degradación de la Tierra.

    La ciencia nos indica que la declaración de área protegida no mejorará necesariamente su biodiversidad. Lo que no sabemos es qué pasará con las comunidades del sur global que se vean desplazadas. No lo sabemos, pero seguramente nos lo podemos imaginar.

    Cómo debemos aplicar la ciencia

    Debemos eliminar la idea de que hay revistas o investigadores más o menos prestigiosos. En algunas cuestiones, como la causa del sida, es fácil lograr el consenso (aunque siempre puede haber algún escéptico). En otras, como el papel del hombre sobre la biodiversidad, resulta más difícil ya que la ideología del investigador puede entorpecer su habilidad para discernir lo cierto de lo falso.

    La ciencia solo es neutra y ayuda a la humanidad cuando se atiende al esfuerzo de toda la comunidad científica. Si nos basamos solo en algunos resultados publicados en medios prestigiosos, o en aquellos que mejor resuenan con nuestra ideología, lo más probable es que se tomen medidas erróneas e incluso catastróficas.

    Tenemos las herramientas para evitar aquello de lo que nos advertía Pérez-Reverte en La tabla de Flandes:

    “Usted acaba de formular una hipótesis, y en ese caso siempre se corre el riesgo de distorsionar los hechos para que se ajusten a la teoría, en vez de procurar que la teoría se ajuste a los hechos”.

      

    Publicado el 20 de octubre de 2021 en The Conversation. Enlace al original: https://bit.ly/3jw5N01

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    Víctor Resco de Dios recibe fondos de MICINN y Velux y ha publicado en algunas de las revistas señaladas en el artículo.

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  • El cambio climático afectará más a las plantas y animales "endémicos

    4 - 6 minutos

    Las plantas y los animales que viven sólo en una región -conocidos como especies "endémicas"- se verán "sistemáticamente más perjudicados" por el cambio climático que sus homólogos menos específicos en cuanto al nicho ecológico, según un nuevo estudio.

    El estudio, publicado en Biological Conservation, concluye que más del 90% de las especies endémicas sufrirán consecuencias negativas -como la reducción de sus poblaciones- si el calentamiento global alcanza los 3º C por encima de los niveles preindustriales. Sin embargo, añade que se espera que las especies invasoras vean en general efectos neutros o positivos del calentamiento del clima.

    Esta tendencia podría permitir que "oportunistas generalistas y extendidos" sustituyeran a las especies endémicas, advierte el estudio, lo que provocaría un descenso de la biodiversidad.

    El estudio calcula también los riesgos de extinción con distintos niveles de calentamiento. El estudio concluye que el 2% de las especies endémicas están en riesgo de extinción si el calentamiento se limita a 1,5ºC, y el 4% está en riesgo a 2ºC. Sin embargo, el riesgo aumenta al 20% en los ecosistemas terrestres y al 32% en los marinos si el calentamiento alcanza los 3ºC.

    "Nos sorprendió mucho la pérdida que se espera con aumentos tan pequeños de la temperatura media", explica un autor del estudio a Carbon Brief, y añade que "seguir el acuerdo de París supondría una gran diferencia para nuestra biodiversidad en todo el mundo".

    Especies emblemáticas

    A partir de más de 8.000 pronósticos de artículos científicos, los autores analizan el riesgo del cambio climático para las especies de 273 puntos calientes "insustituibles" de "biodiversidad excepcional".

    Los autores agrupan las especies en tres categorías -especies "endémicas", "nativas no endémicas" e "introducidas"- en función del lugar donde suelen vivir.

    Una especie endémica vive exclusivamente en una zona geográfica. Las zonas de gran biodiversidad suelen estar repletas de especies endémicas "emblemáticas", explica la Dra. Stella Manes, de la Universidad Federal de Río de Janeiro, autora principal del estudio.

    Por ejemplo, todas las especies de lémur son endémicas de Madagascar, lo que significa que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta. Del mismo modo, el ave nacional de Sudáfrica, la grulla azul, es una especie endémica del país, mientras que el leopardo de las nieves es endémico del Himalaya.

    Si una especie se encuentra de forma natural en más de una zona geográfica, se denomina especie autóctona cuando se encuentra en esas regiones. En cambio, si una especie no se encuentra de forma natural en una región determinada, sino que ha sido llevada allí por la actividad humana -de forma intencionada o no-, se denomina especie "introducida".

    Los mapas siguientes reflejan el impacto previsto del cambio climático en las especies de los puntos críticos de la biodiversidad terrestre, estandarizados en una serie de fechas y escenarios de calentamiento. El sombreado rojo indica que el cambio climático tendrá un impacto negativo en las especies de la zona, y el sombreado azul indica un impacto positivo.

    El impacto que se prevé que tenga el cambio climático sobre las especies en los puntos calientes de biodiversidad terrestres para (a) todas las especies, (b) las especies endémicas, (c) las especies autóctonas y (d) las especies introducidas. Los impactos se estandarizan a través de una serie de fechas y escenarios de calentamiento. Fuente: Manes et al (2021).

    Los autores concluyen que se prevé que las especies endémicas terrestres se verán 2,7 veces "más afectadas" por el cambio climático que las especies nativas no endémicas, y 10 veces más afectadas que las especies introducidas.

    Esto confirma los hallazgos de investigaciones anteriores al señalar que las especies endémicas son las más afectadas por el cambio climático, explica el Dr. Mark Urban, profesor asociado de ecología y biología evolutiva de la Universidad de Connecticut, que no participó en el estudio. Dice a Carbon Brief:

    "Tiene lógica que las especies endémicas estén más amenazadas por el cambio climático. Las especies endémicas ya son las más pequeñas. Suelen ocupar áreas de distribución más pequeñas y vivir en poblaciones más reducidas, y estos factores hacen que las especies sean más susceptibles a cualquier amenaza, no sólo al cambio climático".

    Las especies introducidas, en cambio, pueden tener un impacto "neutro o positivo" del cambio climático, según el estudio. Las especies introducidas suelen ser capaces de adaptarse a nuevos entornos, pero a veces tienen un impacto negativo en el ecosistema local, por ejemplo, superando a las especies autóctonas en la búsqueda de alimento. En este caso, se las conoce como "invasoras".

    Las plantas son "algunas de las especies invasoras más hábiles del mundo", según el estudio, porque a menudo pueden "superar" a las especies autóctonas cuando aumentan las temperaturas y los niveles de CO2. En este estudio, las plantas constituyeron la mayoría de las especies introducidas en los puntos críticos de biodiversidad.

    La Dra. Mariana Vale, investigadora de la Universidad Federal de Río de Janeiro y autora del estudio, explica a Carbon Brief que "la globalización es el gran obstáculo" cuando se trata de especies invasoras.

    "No es sorprendente que tantas especies invasoras sean plantas", afirma. Esto se debe a que las plantas pueden ser transportadas fácilmente a un nuevo ecosistema -por ejemplo, a través del equipaje contaminado con semillas- y luego pueden someterse a la reproducción clonal, explica.

    Manes añade que las especies de plantas invasoras pueden llegar "básicamente a todas partes", y añade que los humanos están introduciendo incluso especies de plantas no autóctonas en la Antártida a través del barro de sus botas. Además, las plantas pueden ser transportadas por el viento, lo que facilita su traslado de una isla a otra, señala.

    Enlace Parte 2

    Fuente: Autora:AYESHA TANDON

     

  • El cambio climático afectará más a las plantas y animales "endémicos (Parte 2)

    5 - 6 minutos

    Enlace Parte 1

    La pérdida de biodiversidad

    Los autores también realizaron este análisis para los ecosistemas marinos, como se muestra en el siguiente mapa.

    Impacto previsto del cambio climático en las especies de los puntos calientes de biodiversidad marina para (a) todas las especies, (b) las especies endémicas y (c) las especies autóctonas. Fuente: Manes et al (2021).

    Los resultados sugieren que la proporción de especies marinas en riesgo de extinción es más del doble para las especies endémicas que para las nativas.

    El estudio muestra que en el Mediterráneo - "un mar cerrado con alta endemicidad" - se espera que el cambio climático suponga un "alto riesgo de extinción" para una cuarta parte de las especies. Los autores califican a una especie de alto riesgo de extinción si observan un descenso de la abundancia superior al 80%, el mismo criterio que utiliza la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

    En el Ártico, los autores descubrieron que se espera que el calentamiento de las temperaturas tenga un efecto positivo en algunas especies marinas, permitiéndoles aumentar su número o su área de distribución.

    Los autores señalan que, de los 232 estudios examinados en este trabajo, sólo 34 se centran en los ecosistemas marinos, y no se encontraron datos sobre casi la mitad de las 273 áreas de biodiversidad excepcional definidas inicialmente.

    La Dra. Maria Paniw -investigadora de la Estación Biológica de Doñana- explica que, sin embargo, está "encantada" de que se incluyan los sistemas acuáticos en este estudio, ya que suelen quedar fuera por falta de datos:

    "Los sistemas acuáticos se tienen menos en cuenta, sobre todo en los trabajos de síntesis en los que se incluyen los sistemas terrestres, y especialmente cuando se habla de cambio climático. Un ejemplo de ello es nuestra propia revisión, en la que sólo hemos tenido en cuenta a los mamíferos terrestres, debido a la falta de datos sobre las especies marinas".

    En general, estas tendencias podrían provocar una pérdida de biodiversidad, según el estudio, ya que las especies endémicas se enfrentan a una mayor amenaza por el cambio climático que las no endémicas y las introducidas. Aunque es importante proteger las especies en peligro, Vale explica a Carbon Brief que la biodiversidad tiene "muchos beneficios colaterales que van más allá de salvar a las propias especies", ya que la diversidad está "estrechamente vinculada a la estabilidad del ecosistema":

    "Cuando hay más especies, aumentan las posibilidades de que esas especies puedan realizar las mismas actividades y mantener los mismos servicios ecosistémicos, es decir, las contribuciones que la naturaleza hace a las personas. Cuanto más diverso es un ecosistema, mayor es su estabilidad.

    Paniw añade que la biodiversidad también es importante para las personas:

    "Si adoptamos una visión centrada en el ser humano, la biodiversidad es importante porque, en última instancia, nuestra salud y bienestar dependen de ella. Los ecosistemas saludables y diversos se han relacionado con la mejora de las funciones de los ecosistemas, como el aire limpio, el agua limpia y los alimentos".

    Riesgo de extinción

    El estudio también calcula el riesgo de extinción de las especies en distintas situaciones climáticas, geográficas y de impacto biológico. El siguiente gráfico muestra cómo se espera que las especies de diferentes regiones se vean afectadas por el cambio climático.

    Para cada categoría, los resultados se presentan para todas las especies (negro), las endémicas (morado), las no endémicas (verde) y las introducidas (naranja) en la parte izquierda. La barra indica la dispersión de los resultados de esa categoría, con los resultados a la izquierda de cero indicando un impacto negativo y a la derecha de cero indicando un impacto positivo.

    En la parte derecha del gráfico, las barras indican la proporción de especies que se verán afectadas positivamente por el cambio climático (púrpura), negativamente (rosa) o que se enfrentarán a un riesgo de extinción (rojo).

     

    Impactos geográficos y biológicos del cambio climático. La izquierda muestra el impacto sobre todas las especies (negro), las endémicas (morado), las no endémicas (verde) y las introducidas (naranja). El lado derecho muestra la proporción de especies que se verán afectadas positivamente por el cambio climático (púrpura), negativamente (rosa) o que se enfrentarán a un riesgo de extinción (rojo). Fuente: Mane et al (2021).

    El estudio concluye que, si el planeta se calienta más de 3ºC, un tercio de las especies endémicas terrestres y la mitad de las marinas estarán en riesgo de extinción.

    Los resultados indican que las especies que habitan en islas y montañas son más de seis veces más vulnerables a los impactos del cambio climático que las de las regiones continentales. En un escenario de calentamiento de 3ºC, el estudio concluye que el 84% de las especies endémicas de las regiones montañosas y el 100% de las insulares se enfrentan a un "alto riesgo de extinción".

    Urban explica que esta vulnerabilidad se debe a que las especies de las montañas e islas a menudo no pueden trasladarse a un clima más adecuado:

    "Esta investigación aporta más evidencias de que algunas de las especies más amenazadas por el cambio climático son las que llevan un estilo de vida insular, ya sea en las islas oceánicas tradicionales o en las denominadas "islas del cielo", que existen allí donde las frías cimas de las montañas se encuentran aisladas en un mar de tierras bajas cálidas. Estas especies insulares a menudo no pueden adaptarse al cambio climático porque su próximo hábitat adecuado está rodeado de grandes extensiones de agua o calor".

    El Dr. Vale afirma que, para compensar el aumento de la temperatura, las especies suelen desplazarse a mayor altura. Sin embargo, debido a la figura triangular de las montañas, cuanto más alto sube una especie, menos superficie tiene disponible.

    Mientras tanto, con su gran número de islas, la mitad de las especies endémicas de Oceanía estarán en riesgo de extinción debido al cambio climático, según el documento.

    Los autores también han descubierto que las especies que viven en los trópicos se enfrentan a un alto nivel de riesgo, ya que se prevé que más del 60% de las especies endémicas terrestres tropicales estén amenazadas de extinción por el cambio climático.

    Urban explica que es importante estudiar las áreas de alta biodiversidad porque preservar las especies en estas zonas "podría darnos el mayor rendimiento económico".

    Sin embargo, señala que también será importante tener en cuenta la conservación en las regiones "pobres en especies":

    "Creo que no podemos limitarnos a los lugares más ricos de la Tierra si nos preocupa también la función de los ecosistemas. En los lugares con pocas especies, la pérdida de una sola especie puede cambiar drásticamente el ecosistema porque no existen sustitutos. Creo que debemos tener en cuenta las amenazas a las especies en toda la Tierra, pero por diferentes razones. Eso significa que necesitamos modos de tomar decisiones complicadas sobre cómo asignar los limitados fondos de conservación para salvar tanto a la mayoría de las especies como a las especies más importantes de la Tierra".

     

    Fuente: Autora:AYESHA TANDON

  • El canto de los animales, una herramienta para estudiar el cambio climático

     

    Macho del sapo corredor (Epidalea calamita) cantando. Íñigo Martínez-Solano, Author provided

    Al igual que los humanos, una amplia variedad de animales emiten sonidos para comunicarse. Estos sonidos, que conocemos como cantos, reclamos o señales acústicas, cumplen un importante papel en su ciclo de vida.

    En las noches de primavera, podemos oír los ruidosos coros que forman diversas especies de ranas y sapos cerca de arroyos, charcas o lagunas. En ellos, los machos usan sus cantos, como esforzados tenores, para atraer en la oscuridad a potenciales parejas con las que reproducirse. Lo mismo ocurre entre las aves, los mamíferos o algunos insectos.

    Además de servir como reclamo sexual, los animales emplean las señales acústicas para muchas otras funciones. Por ejemplo, las suricatas emiten señales de alarma para advertir de la presencia de depredadores. Numerosas especies de aves utilizan sus cantos para defender sus territorios o mantener el bando unido al desplazarse en grupo, mientras que sus polluelos lo hacen para solicitar alimento.

    La banda sonora depende del clima

    Los seres vivos somos extremadamente sensibles a las condiciones climáticas. La mayoría de organismos requieren determinados niveles de precipitación, humedad o temperatura para reproducirse y sobrevivir. Por ello, los animales a menudo restringen su actividad a periodos y lugares que les resultan favorables.

    Cabe preguntarse, por tanto, si el acelerado cambio que está experimentando el clima de nuestro planeta podría alterar la banda sonora de la naturaleza. ¿El cambio climático está modificando las épocas y lugares en los que se reproducen los animales? ¿La comunicación acústica, y las importantes funciones que desempeña en estos animales, se verán comprometidas por las nuevas condiciones climáticas?

    En recientes investigaciones, hemos aplicado nuevas tecnologías para ayudar a dar respuesta a estas preguntas.

    Sensores acústicos

    Las nuevas tecnologías nos permiten ampliar nuestra capacidad para detectar cambios en la naturaleza. Hoy en día podemos emplear redes de sensores que trabajan de manera autónoma para medir todo tipo de parámetros. Así, somos capaces de multiplicar el número de ojos y oídos que registran fenómenos naturales.

    En esta nueva caja de herramientas para biólogos también hay sensores acústicos, pequeñas grabadoras digitales que son capaces de registrar automáticamente los sonidos emitidos por los animales. Y, gracias a ellas, los científicos podemos hacer un seguimiento de la actividad animal durante largos periodos de tiempo y en múltiples zonas a la vez.

    Esta novedosa metodología de estudio se denomina seguimiento acústico pasivo y está siendo utilizada de manera creciente.

    Instalados en zonas de reproducción o migración, los sensores acústicos son programados para grabar miles de horas de sonido ambiente. El reto después es analizar el enorme volumen de horas de grabación capturado. Para lograrlo, recurrimos a complejos algoritmos, parecidos a los de reconocimiento de voz que usan actualmente nuestros móviles.

    Aprovechando las características de cada sonido animal, estos algoritmos son capaces de identificar a qué especie pertenece. Así, los sensores acústicos, como robot espías, nos ayudan a detectar las especies que hay en cada lugar, sus periodos de reproducción o en qué condiciones ambientales están activas.

    Instalación con sensores para registrar los sonidos de los animales. Diego Llusia

    Bioacústica y biogeografía

    El avance científico surge a menudo de la integración de disciplinas distintas. Cada una aportando herramientas y conocimientos complementarios para dar lugar a nuevas ideas o metodologías. Y hay maridajes que pueden resultar especialmente fructíferos.

    En un estudio reciente, científicos de la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad de Alcalá y otras instituciones nacionales e internacionales proponemos un nuevo método para analizar el impacto del cambio climático en las especies que se comunican mediante sonidos.

    Para ello, hemos combinado técnicas de seguimiento acústico con herramientas de biogeografía. En síntesis, el nuevo procedimiento pone a disposición de los modelos biogeográficos la ingente cantidad de información recogida por los sensores acústicos.

    Con este método conseguimos predecir dónde y cuándo existirán condiciones climáticas adecuadas para el canto de cada especie en las próximas décadas. Es decir, dónde y cuándo podrían reproducirse o llevar a cabo otras actividades esenciales de su ciclo de vida. E igualmente, si las condiciones climáticas mejorarán o empeorarán en cada lugar y periodo para llevar a cabo estos comportamientos.

    Se trata de una potente herramienta de predicción que nos ayuda a prever la respuesta de las especies a los cambios de temperatura o precipitación que se están produciendo en su medio.

    Algunas respuestas posibles son la desaparición de poblaciones en zonas con condiciones desfavorables (extinciones locales) y su expansión hacia zonas más adecuadas (cambios de distribución).

    Además, pueden darse adelantos o retrasos en el calendario de reproducción de las especies (cambios fenológicos). Y esto puede conllevar, a su vez, desajustes en las interacciones que se establecen entre las distintas especies en los ecosistemas. Qué consecuencias pueden tener estos cambios y desajustes aún no lo sabemos. En próximas investigaciones esperamos examinarlos con el uso de esta herramienta.

    La ranita de San Antonio (Hyla molleri) emplea el canto para encontrar pareja reproductiva. Íñigo Martínez-Solano, Author provided

    La ranita de San Antonio

    El nuevo estudio ofrece una guía paso a paso para desarrollar este método, que recibe el nombre de modelos acústicos de distribución de especies (aSDM, por sus siglas en inglés). Para comprobar su funcionamiento, hemos utilizado datos de seguimiento de la ranita de San Antonio (Hyla molleri). Se trata de una especie de rana ibérica que utiliza el canto para encontrar pareja reproductiva.

    Los resultados muestran que el método es sólido, ya que es capaz de predecir con acierto la actividad de la ranita de San Antonio en las condiciones actuales. Nuestros hallazgos respaldan así el uso de estos modelos como una herramienta eficiente para evaluar el efecto del cambio climático en este grupo de animales.

    En definitiva, proponemos el uso integrado de la bioacústica y la biogeografía para explorar la capacidad de las especies vocales de hacer frente al cambio climático. Y mostramos cómo las tecnologías

    Fuente: Profesor e Investigador en Ecología, Universidad Autónoma de Madrid, Camille Desjonqueres, Post-doctorante en ecoacoustique, Université Grenoble Alpes (UGA) y Sara Villén Pérez, Investigadora postdoctoral en Ecología (Programa Talento de la Comunidad de Madrid), Universidad de Alcalá

  • El papel de los volcanes en los cambios climáticos y las grandes extinciones

    Erupción del Eyjafjallajökull en 2010. Wikimedia Commons / BoawormCC BY-SA

     

    Más allá del evidente riesgo para la población que supone una erupción volcánica, la salida del magma a la superficie terrestre tiene implicaciones en la biodiversidad que van mucho más allá del riesgo geológico en sí.

    Pongamos un ejemplo reciente. Islandia es una zona en la corteza terrestre donde se da la salida continua de magma debido a la extraordinaria coincidencia de dos manifestaciones ígneas que han tenido lugar en esa zona del atlántico Norte. Por un lado, la emisión de magma en la dorsal mesoatlántica, que separa las placas tectónicas de Norteamérica y Eurasia en unos 2 cm año. Por otro lado, la salida en el Cenozoico de una gran pluma mantélica –salida de material fundido desde el manto y que llega a la corteza terrestre–.

    Recordemos, la erupción hace ya 11 años de un impronunciable volcán en Islandia, el Eyjafjallajökull, que produjo una afección notable en el tráfico aéreo de toda Europa debida a la formación de nubes de cenizas y gases que se extendieron por el continente.

    Aparte de las pérdidas económicas que el fenómeno supuso para el tráfico aéreo, el turismo, el comercio y la industria local, el depósito de las cenizas en tierra produjo la contaminación de los acuíferos (especialmente por flúor) y una rápida proliferación de plancton en el océano.

     

    Vista panorámica de la erupción del volcán Eyjafjallajökul el 17 de abril de 2010. Wikimedia Commons / BoawormCC BY-SA

     

    Sin embargo, pese a los tremendos efectos que causó, la erupción del Eyjafjallajökull puede considerarse, de hecho, pequeña en cuanto a volumen de magma si la comparamos con las ingentes salidas de este material que tuvieron lugar durante la formación de las denominadas grandes provincias ígneas (GPI). Estas se formaron por la acumulación de rocas ígneas procedentes de inmensas plumas mantélicas que emiten una extraordinaria cantidad de magma a la superficie. Generan así vastas extensiones donde los basaltos (magmas mantélicos muy básicos) se disponen formando grandes mesetas submarinas, cuando se emplazan en la corteza oceánica (meseta de las Kerguelen, Seychelles) o grandes mesetas en corteza continental, como en el caso de los basaltos del Decán (India), los traps o escaleras siberianas o los basaltos de plataforma en el río Columbia (EE. UU.).

    Causa de grandes extinciones

    Dado que ninguno de nuestros antecesores homínidos ha coexistido nunca con la salida de tan colosal cantidad de magma, no tenemos datos acerca de qué ocurriría con los humanos en esa situación. Sin embargo, es fácil vaticinar que sería algo catastrófico que dejaría el actual (y terrible) cambio climático que estamos sufriendo actualmente en un detalle casi anecdótico.

    Como en muchas disciplinas en Geología, solo tenemos que mirar al pasado y ver qué ocurrió con otras especies cuando se produjeron las principales manifestaciones de estas grandes plumas mantélicas. En este sentido, es conocida su correlación con las 5 grandes extinciones producidas a lo largo de la historia del planeta. La razón es bastante evidente: una erupción de estas características provocaría cambios de tal magnitud en la atmósfera que no solo la oscurecería durante años sino que modificaría incluso su composición.

    Además de los efectos dañinos causados por los gases emitidos (debido a la toxicidad directa de compuestos como SO₂ o incluso Hg), las cenizas expulsadas en la erupción producirían un enfriamiento global como consecuencia de la disminución en la radiación incidente. A esto habría que sumar otros efectos como la destrucción de la capa de ozono (consecuencia de la emisión de compuestos halogenados) o la acidificación del medio como resultado de la emisión de compuestos sulfurados. Todo ello impediría el desarrollo de la vida de vegetal y conduciría a una pérdida masiva de especies.

    La última gran extinción (la 5ª), producida hace 65 millones de años coincidiendo con el famoso límite Cretácico-Terciario, causó la desaparición del 75 % de las especies del planeta, entre ellas los dinosaurios. La hipótesis más aceptada actualmente establece que esta extinción se produjo por el cambio en el clima producido por el impacto de un meteorito de grandes dimensiones en la zona de México. Sin embargo, coincidiendo con ese momento, se produjo el emplazamiento de los basaltos del Decán en la India. Esto ha llevado a parte de la comunidad científica a postular que pudo ser el efecto combinado de ambos eventos catastróficos el que causó la desaparición de los dinosaurios.

     

    Coladas de basalto superpuestas en el macizo basáltico del río Columbia (Washington, EE.UU.). Wikimedia Commons

     

    ¿Podría ocurrir de nuevo?

    Nos podríamos preguntar si es posible actualmente una manifestación magmática de esas dimensiones. La respuesta es que no es posible saberlo. Una de las mayores cámaras magmáticas que se encuentran subyaciendo la corteza terrestre es la de Yellowstone. Tiene, según el Servicio Geológico de los EE. UU., un tamaño de 40 por 90 kilómetros. Esta manifestación magmática parece ser heredera de la que dio lugar al emplazamiento de los basaltos del río Columbia, que ha ido migrando hacia esta zona debido al movimiento de las placas tectónicas. Pese a estar tan intensamente monitorizada, no se puede predecir su salida a gran escala a superficie.

     

     

    Publicado el 30 de junio de 2021 en The Conversation por Esther Lasheras Adot. Enlace al original: https://bit.ly/3wGxhU5

     

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    Esther Lasheras Adot no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

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  • Estudiar el potencial de los bosques tropicales para mitigar del cambio climático

    6 - 7 minutos

    En ninguna parte la naturaleza está más llena de vida que en los bosques tropicales. Refugio de más de la mitad de todas las especies de plantas y animales del mundo, los bosques cercanos al ecuador han sustentado a recolectores y agricultores desde los primeros días de la humanidad.

    Hoy en día, sostienen gran parte de nuestra dieta globalizada y tienen un gran potencial para la medicina actual y futura. Los bosques tropicales que quedan almacenan miles de millones de toneladas de dióxido de carbono cada año, proporcionando la mejor solución natural para luchar contra el cambio climático. No existe un camino posible hacia las cero emisiones netas en el que se ignoren las tierras tropicales.

    Para ayudar a limitar el calentamiento global a mucho menos de los 2 °C, los países piden desesperadamente datos sobre la cantidad de carbono que estos bosques pueden almacenar. La mejor manera de estudiarlos es a través de mediciones a largo plazo tomadas en parcelas cuidadosamente definidas en el terreno, árbol por árbol, año tras año. Estas parcelas nos dicen qué especies están presentes y necesitan ayuda, qué bosques almacenan la mayor cantidad de carbono y crecen más rápido y qué árboles destacan por resistir el calor y producir madera.

    Lejos de los laboratorios y las capitales donde se estudian y legislan estos bosques, los investigadores afincados en los trópicos recogen los datos que constituyen la base de nuestro conocimiento sobre estos ecosistemas vitales. Podría pensarse que hacer que todos los datos recopilados sean de libre acceso es igualitario. Pero para las personas que registran las especies y el carbono de los bosques tropicales, ofrecer los frutos de su duro trabajo sin una inversión justa no reduciría las desigualdades, las aumentaría.

    Un colega colombiano mide un árbol Dipteryx gigante en la selva tropical del Chocó. Zorayda Restrepo Correa, Author provided

    Esto se debe a que quienes recopilan los datos en los bosques tropicales están en desventaja en comparación con los investigadores y los encargados de formular políticas que utilizan estos datos. Aquellos que trabajan sobre el terreno a menudo arriesgan sus vidas al hacer las mediciones que logran expandir el conocimiento mundial de uno de nuestros mejores baluartes contra el cambio climático y el mayor depósito de biodiversidad mundial. Por su trabajo, reciben poca protección y escasa compensación.

    Valorar a estos trabajadores es fundamental para aprovechar al máximo lo que la naturaleza puede ofrecer para hacer frente a la pérdida de biodiversidad y la crisis climática. Por ejemplo, los bosques tropicales tienen una capacidad sin igual para absorber carbono de la atmósfera. Pero sin el trabajo de la gente que los estudia, la gran contribución de los bosques tropicales para frenar el cambio climático se pasará por alto, se subestimará y se pagará de manera inadecuada.

    Hoy en día, 25 investigadores destacados en la ciencia de los bosques tropicales de África, Asia, Europa, América del Norte y del Sur exigen el fin de la explotación que socava la sostenibilidad de los bosques.

    Precario, peligroso y sin fondos suficientes

    Medir la biodiversidad y el carbono de una sola hectárea de bosque amazónico –lo que mide un campo de fútbol– requiere medir e identificar hasta diez veces el número de especies de árboles presentes en los 24 millones de hectáreas del Reino Unido. La habilidad, los riesgos y los costos involucrados en la recopilación de esta información son ignorados por aquellos que la esperan de forma gratuita.

    Cómo (a) el PIB per cápita nacional promedio de 2008–2018 se compara con (b) el área de bosque tropical. Lima et al. (2022), Author provided

    Aquellos que trabajan sobre el terreno arriesgan sus vidas para medir e identificar árboles tropicales lejanos. Muchos se enfrentan a la amenaza de secuestro y asesinato, sin mencionar los peligros naturales, como las mordeduras de serpientes, ataques de elefantes, inundaciones e incendios. Sin olvidar la posibilidad de sufrir enfermedades infecciosas como la malaria y la fiebre tifoidea, así como el transporte en condiciones precarias y el riesgo de violencia de género.

    Además, estos profesionales pueden quedarse sin trabajo tan pronto como se recopilen los datos. ¿Cuántos de los que utilizan sus resultados para calibrar instrumentos satelitales o escribir informes de alto nivel, como el reciente informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, se enfrentan a condiciones similares?

    Medir cuánto carbono secuestran los bosques tropicales vírgenes cuesta alrededor de 7 millones de dólares al año. Esta cifra supera las pequeñas donaciones proporcionadas por un puñado de organizaciones benéficas y consejos de investigación. Puesto que la inversión en investigación de campo es tan limitada, las naciones tropicales no saben cómo está afectando el cambio climático a sus propios bosques. No les es posible decir qué bosques están frenando el cambio climático y carecen del poder de negociación para recaudar la financiación necesaria para protegerlos.

    Mientras tanto, los Estados Unidos gastan más de 90 millones de dólares al año en su inventario forestal nacional. Los países ricos tienen una buena comprensión de los balances de carbono de sus bosques y no tienen problema en demostrar al mundo la contribución que hacen sus bosques para frenar el cambio climático.

    Un trato justo para los que trabajan sobre el terreno

    Un nuevo enfoque debería poner las necesidades de aquellos que recolectan los datos in situ en primer lugar y exigir que aquellos que se benefician de sus esfuerzos aporten fondos y otro tipo de apoyo. La colaboración equitativa debería ser el objetivo de los financiadores, productores y usuarios de la ciencia forestal tropical.

    El botánico Moses Sainge instruye a estudiantes universitarios en la recolección de datos, Sierra Leona. Moses N. Sainge, Author provided

    Para que esto suceda, la financiación de la investigación debe cubrir no solo los costos de adquisición de datos, sino también los de formación continua de los trabajadores forestales en el campo, y a la vez ofrecer un trabajo estable y seguro para estos. Después del trabajo de campo, debe haber financiación para las labores de seleccionar, gestionar y compartir la información. Y no hay que olvidar la importancia de la participación de las comunidades locales: a menudo son propietarias de los bosques y necesitan oportunidades económicas.

    Los autores y las revistas que publican estudios científicos sobre los bosques tropicales podrían ayudar incluyendo siempre a las personas que recopilan los datos como coautores en los estudios científicos, así como publicar en sus correspondientes idiomas, en lugar de asumir que el inglés es suficiente.

    Eventualmente todos podríamos beneficiarnos del intercambio abierto de datos. Al fin y al cabo, el árbol del conocimiento da muchos frutos. Pero a menos que cuidemos de sus raíces, tendremos pocos frutos que recoger.

    Este artículo fue publicado originalmente en inglés

    Fuente: Oliver Phillips, Professor of Tropical Ecology, University of Leeds, Aida Cuni Sanchez, Associate Professor of Environmental Sciences, Norwegian University of Life Sciences and Honorary Research Fellow, University of York y Renato Lima, Associate Research Scientist in Forest Ecology, Universidade de São Paulo

  • La biodiversidad de hace 450 años: lo que había y lo que hemos perdido

    5 - 7 minutos

     Paisaje con fauna, detalle de El Jardín de las Delicias (Jerónimo Bosch, el Bosco, 1474–1516). Wikimedia Commons / Museo del Prado

    En tiempos de Felipe II los paisajes eran muy diferentes de los actuales. Más de ochenta años después de la llegada de españoles a América no se cultivaba ninguna planta americana. Se desconocían aún las judías y se cultivaban lentejas, guisantes, habas y legumbres mediterráneas de los géneros Lathyrus (almorta) y Vicia (yeros), hoy de uso muy residual (prácticamente limitado a la almorta de las gachas manchegas).

    Por aquel entonces, se cultivaban lino y cáñamo para los tejidos, zumaque para curtir pieles y se producía seda en muchos lugares. Las plagas de langosta eran eventos frecuentes, que daban lugar a terribles hambrunas.

    La fauna de la época también nos parecería sorprendente en muchos aspectos.

    Osos pardos representados en una miniatura de principios del siglo XV del Livre de la Chasse de Gaston Phébus. Wikimedia Commons / BNF

    ¿Cómo sabemos todo esto? La ecología histórica

    La información sobre la fauna y la flora anterior a los años 1 950 es muy escasa, y prácticamente inexistente si nos remontamos a periodos previos a la Revolución Industrial. Pero hay soluciones para conocerla. Numerosos y diversos documentos históricos, desde descripciones geográficas hasta trámites administrativos, incluyen observaciones directas de fauna y flora.

    Un equipo de biólogos de la conservación de la Estación Biológica de Doñana – CSIC desarrollamos una novedosa línea de trabajo en ecología histórica. Acabamos de hacer pública y libremente accesible una base de datos de observaciones de especies en la España del siglo XVI, basada en una iniciativa de la corte de Felipe II, las Relaciones Topográficas. La descripción de esta base de datos ha sido publicada en la revista Ecology.

    “Interrogatorios” a personas inteligentes y curiosas

    Las Relaciones Topográficas se concibieron para hacer una “descripción particular de los pueblos de estos reinos”. La información se recogió de forma sistemática, usando interrogatorios (hoy los llamaríamos cuestionarios) con preguntas sobre población, arquitectura, costumbres, religión, clima, salud y otras cuestiones. Todas las versiones de los interrogatorios (hubo al menos tres) contenían preguntas específicas sobre agricultura y recursos naturales, como la que pedía describir “qué monte y arboleda, y qué animales, cazas y salvaginas” había en la zona. Las instrucciones adjuntas a los interrogatorios especificaban que éstos debían ser respondidos por al menos dos habitantes de cada pueblo, que habían de ser “personas inteligentes y curiosas”.

    Para nuestro trabajo pudimos revisar las relaciones de 628 pueblos, lo que nos permitió reunir más de 7 300 registros (menciones a la presencia de una especie en un lugar) de plantas y animales silvestres, cultivos y ganado, que hacen referencia al menos a 225 especies diferentes.

    Localización de los 628 pueblos descritos por las Relaciones Topográficas y revisados por el equipo de la Estación Biológica de Doñana – CSIC. Author provided

    Osos, linces ibéricos y los últimos encebros

    Los animales más frecuentemente mencionados en las Relaciones eran los más relevantes como alimento en los pueblos, principalmente conejos, perdices y liebres. Los ungulados silvestres (ciervo, corzo, jabalí), cuya caza era en gran medida exclusiva de las clases privilegiadas, tenían distribuciones más restringidas que las actuales. Los pueblos cercanos a los principales cazaderos (por ejemplo, alrededor de El Pardo o Aranjuez) se quejaban de los daños que “las caças de Su Magestad” hacían en los panes (cereales). Estaba muy extendido el lobo y en todas las serranías había osos pardos, coexistiendo ambos con el lince ibérico.

    Por la meseta sur galopaban aún los últimos grupos de encebros (o enzebras), el asno salvaje que dio nombre a las cebras africanas, y que fue la más durardera de las muchas especies de la megafauna europea extinguidas desde la última glaciación. Las relaciones de dos pueblos de Albacete incluyen los últimos testimonios directos de la presencia del encebro. La de Chinchilla de Montearagón dice que las encebras eran como “yeguas çenjzosas de color de pelo de rata un poco mohinas”, que “abja muchas y tantas que destruyan los panes y sembrados” y que “corrian tanto que no avia cavallo que las alcançase”.

    Interpretación de Breuil y Cartailhac de uno los équidos pintados hace unos 15 000 años en la Cueva de Altamira (Cantabria), que podría representar a un encebro. Wikimedia Commons

    Camarones de río y anguilas por doquier

    Cuando estaban disponibles, se aprovechaban todos los recursos que los ríos ofrecían, desde grandes barbos y sabrosas truchas hasta las insignificantes colmillejas, “del tamaño de gruesas lombrices y del largo de un dedo”. Las Relaciones mencionan varias veces el consumo de camarones de río (Atyaephyra demaresti), descritos como animales “menuditos de manera de grillos” y considerados “buen pescado”. Por todos los ríos ascendían las anguilas, omnipresentes hasta altitudes superiores a los 1 000 metros sobre el nivel del mar y hoy por completo ausentes del área cubierta por las Relaciones Topográficas.

     

    Anguila europea, según la ilustración incluida en el libro de Ippolito Salviani Aquatilium animalium historiae, impreso en Roma en 1554. Author provided

    Pululaban ya por los campos algunas especies introducidas, como gamos o francolines negros, desaparecidos hoy estos últimos, y los palacios de la nobleza empezaban a albergar tencas y carpas en sus estanques. Aún no habían llegado desde Italia los cangrejos de río.

    Mirar el pasado para pensar el futuro

    Estamos inmersos en un vertiginoso proceso de pérdida de biodiversidad a nivel global, con una mengua constante del área de distribución y la abundancia de muchas especies. Para poder valorar los cambios que se producen en la biodiversidad de una zona es importante saber de dónde venimos.

    Con este trabajo, disponemos de una foto fija de buena calidad del estado en el que se encontraba la naturaleza en un periodo histórico concreto (finales del siglo XVI), comparable con otros momentos históricos y con la actualidad. Podremos saber qué ha cambiado y qué se ha perdido, y tendremos una base objetiva de conocimiento para discutir qué queremos recuperar.

    Fuente: Miguel Clavero Pineda, Científico titular CSIC, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC), Duarte S. Viana, Duarte Viana es investigador postdoctoral en la EBD-CSIC y sus investigaciones se centran en las áreas de ecología, biogeografía y biodiversidad., Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC), Francisco Blanco Garrido, Técnico Superior, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) y Miguel Delibes Castro, Profesor ad honorem del CSIC en Ecología, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC)

  • Las consecuencias de la crisis de biodiversidad para los ecosistemas y los humanos

    Nina Lishchuk / Shutterstock

    El término biodiversidad, hasta hace poco utilizado casi exclusivamente en un ámbito científico, hoy en día está de moda. Todos sabemos que la biodiversidad es, a grandes rasgos, la variedad de especies que habitan nuestro planeta (aunque técnicamente el término engloba también la variedad de genes y de ecosistemas).

    El hecho de que la biodiversidad esté de moda es, sin embargo, una mala noticia, ya que el origen de esta fama es precisamente la gran velocidad a la cual las especies están desapareciendo. Lamentablemente, la actual tasa de extinción de especies no tiene precedente histórico, e incluso podría estar superando a la de la última extinción masiva que ocurrió durante la transición Cretácico-Terciario, cuando los dinosaurios desaparecieron.

    De la evolución a la mano del hombre

    La biodiversidad es el resultado de varios miles de millones de años de evolución, desde el aún incierto origen de la vida hasta nuestros días. Así, el registro fósil y el material genético de las especies actuales nos dan pistas sobre el número y las características de las especies que han habitado la Tierra en los distintos periodos.

    Las extinciones, junto con la especiación, forman parte del proceso de evolución y han ocurrido siempre por causas naturales. En el caso de las extinciones masivas han sido presumiblemente fenómenos catastróficos tales como el vulcanismo o los impactos de asteroides.

    Sin embargo, sabemos que el ser humano es responsable de gran parte de las extinciones actuales. Ha contribuido bien de manera directa (por ejemplo, a través de la caza) o indirecta (a causa de la destrucción de hábitat, los cambios climáticos o la introducción de especies exóticas que desplazan a las autóctonas).

    El papel que desempeña el ser humano en los cambios ambientales actuales es clave. Esto ha llevado a denominar Antropoceno al periodo que transcurre desde la revolución industrial. Pero los humanos, además de ser los principales responsables de los cambios que sufre nuestro planeta, nos vemos seriamente afectados por dichos cambios ambientales y por la pérdida de biodiversidad.

    La biodiversidad no solo tiene un valor intrínseco que debe ser valorado y respetado en sí mismo. Además, las especies son valiosas para nosotros porque nos proporcionan servicios que son básicos para nuestra surpervivencia, y que están relacionados con los ecosistemas de los que forman parte: son los llamados servicios ecosistémicos.

    Zona deforestada de la selva amazónica brasileña. Tarcisio Schnaider / Shutterstock

    Consecuencias para los ecosistemas

    Los seres vivos interaccionan unos con otros mediante distintos tipos de relaciones (tróficas, competitivas, sociales, etc.), así como con su ambiente (del cual obtienen recursos para mantenerse vivos), formando ecosistemas que están en continuo funcionamiento. Dicho funcionamiento se define por una serie de procesos, como son la producción de biomasa, la descomposición o los ciclos de nutrientes.

    Hoy en día sabemos que la biodiversidad afecta directamente al funcionamiento de los ecosistemas, es decir: el número de especies presentes en un ecosistema, así como la identidad de dichas especies y sus características, pueden acelerar o decelerar las tasas de los distintos procesos. Este hecho, que ha sido demostrado en los últimos 30 años gracias a una rama específica de la ciencia denominada BEF, del inglés biodiversity-ecosystem funcioning, ha despertado conciencia sobre el papel fundamental que desempeñan las especies para mantener el equilibrio dinámico en el que se encuentra nuestro planeta. Así, todas las especies son piezas de una maquinaria cuyo funcionamiento depende del conjunto, y las consecuencias de su pérdida son difíciles de predecir debido a la complejidad de los ecosistemas.

    Por ejemplo, los ríos de cabecera son ecosistemas heterotróficos cuya principal fuente de energía y materia radica en la hojarasca que proviene de la cuenca. Esta hojarasca es procesada por organismos y microorganismos acuáticos, que son capaces de incorporar el carbono y los nutrientes de origen terrestre en la red trófica acuática y así abastecer al ecosistema fluvial.

    La disminución de especies vegetales en las cuencas puede ocurrir como consecuencia de la sustitución de especies autóctonas por otras de interés comercial o por la aparición de enfermedades infecciosas. Nuestras investigaciones indican que esta pérdida de especies altera los procesos fundamentales que conforman el funcionamiento del ecosistema fluvial: por lo general, se favorecen las vías microbianas en detrimento de los procesos mediados por organismos acuáticos y disminuye la eficiencia del ecosistema para utilizar los recursos de origen terrestre.

    Aunque todavía no se ha cuantificado la repercusión que esto tiene a nivel de servicios ecosistémicos, los efectos negativos sobre la calidad del agua, la producción de recursos alimentarios o el valor paisajístico y recreativo son más que probables.

    Es también importante recalcar que distintas zonas del planeta pueden verse afectadas de forma diferente por la pérdida de biodiversidad. En primer lugar, las tasas de extinción no son homogéneas. En la actualidad afectan principalmente a los países en vías de desarrollo, con algunos puntos calientes (del inglés hotspots) en Sudamérica y el sureste asiático.

    En segundo lugar, un mismo tipo de ecosistema en ocasiones puede funcionar de manera diferente en distintas zonas climáticas. Así, en los ríos de cabecera, las comunidades de invertebrados que procesan la hojarasca en zonas templadas y tropicales utilizan diferentes estrategias en el uso de este recurso.

    En las zonas tropicales, la pérdida de biodiversidad vegetal acarrea mayores consecuencias funcionales que en las templadas. Por eso en estos países la protección de la biodiversidad debería ser aún más prioritaria, y esto es justamente lo contrario a lo que ocurre en realidad.

    Fuente:   Profesora de Investigación Ikerbasque en Ecología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

     

  • Los riesgos de la energía eólica para los ecosistemas marinos

    6 - 8 minutos Cap de Creus, Girona, visto desde el mar en el que está previsto el despliegue del parque eólico marino Tramuntana. Shutterstock / Damsea

    Ante el cambio climático, es urgente reducir las emisiones de gases causantes del efecto invernadero. Ello implica reducir el consumo energético y utilizar energías renovables como la eólica marina, señalada por la Unión Europea (UE) como un sector clave de la llamada “economía azul”.

    Para que Europa sea climáticamente neutra en 2050, se estima que la energía eólica marina debería aportar el 30 % de la demanda eléctrica de los Estados miembros. Esto conlleva un incremento de la capacidad eólica marina desde los 12 GW actuales hasta los 300 GW en 2050.

    Para cumplir con estos objetivos, se han instalado parques eólicos offshore (alejados de la costa) en el mar del Norte y el Báltico. Su implementación ha requerido la evaluación del impacto ambiental sobre los ecosistemas, siguiendo estrictamente la normativa pautada por la UE.

    En el litoral español, donde las empresas tienen interés en promover parques eólicos marinos al calor de los fondos europeos Next Generation, deben realizarse, urgentemente, estudios científicamente robustos e independientes sobre sus impactos potenciales en base a las características ecológicas y socioeconómicas particulares. 

    Riesgos para los ecosistemas marinos

    Tómese como ejemplo la costa mediterránea. El Mediterráneo es un mar semicerrado con gran biodiversidad y es ecológicamente muy frágil debido a las múltiples presiones humanas que experimenta. La instalación de parques eólicos constituye un nuevo riesgo para los ecosistemas mediterráneos.

    Los estudios realizados en los mares nórdicos, revisados durante el proyecto europeo Pharos4MPAs y el informe reciente de la IUCN, indican que las fases de construcción, operación y desmantelado de los parques eólicos marinos conllevan el riesgo de colisión de aves, mamíferos y tortugas marinas con las instalaciones.

    Estas infraestructuras también suponen otros problemas ambientales como los siguientes:

    • Contaminación acústica (causada por turbinas y el montaje de estructuras) para los mamíferos y otros animales marinos.
    • Contaminación por metales pesados procedentes de los ánodos de sacrificio.
    • Daño de los fondos marinos por las anclas y el tendido y despliegue de cables.
    • Destrucción o modificación de los hábitats y su biodiversidad.
    • Efectos dañinos de los campos electromagnéticosde los cables sobre los peces y otros recursos pesqueros.

    Es importante recordar que la mitad norte de la costa catalana alberga uno de los patrimonios de biodiversidad marina más importante de todo el Mediterráneo.

    Esquema de configuración de cables submarinos de un aerogenerador flotante. Fuente: Helenic Cables modificado por SENER.

    El parque eólico marino Tramuntana

    Por otro lado, el litoral español carece de una plataforma continental amplia (con algunas excepciones). Por eso muchas actividades humanas y espacios marinos protegidos se concentran en un espacio reducido. También se proyectan en esta franja cercana a la costa los parques eólicos marinos, pues más allá, las profundidades serían excesivas y no adecuadas para su anclaje.

    Un ejemplo es el recientemente propuesto parque eólico marino Tramuntana entre el cabo de Creus y el golfo de Roses (Costa Brava). Contempla la instalación de 65 turbinas con una potencia equivalente a casi el 90 % de la energía eléctrica requerida por la provincia de Girona.

    Ámbito del proyecto del parque eólico marino flotante Tramuntana.

    La ubicación del parque Tramuntana (incluyendo los cables del transporte de electricidad hasta la estación terrestre) sería adyacente a un amplio abanico de zonas protegidas: una Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA Espacio Marino del Empordà), un Lugar de Importancia Comunitaria (LIC Sistema de Cañones Submarinos Occidentales del Golfo de León), dos reservas marinas (ZEPA, LIC y Zonas Especialmente Protegidas de Importancia para el Mediterráneo, ZEPIM Cap de Creus y El Montgrí-Les Medes-El Baix Ter), el Corredor de Migración de Cetáceos del Mediterráneo (declarado Área Marina Protegida por el Ministerio para la Transición Ecológica en 2018) y la zona Natura 2000 de la Bahía de Roses (zona marítima de los Aiguamolls del Empordà).

    En este contexto, se requiere el análisis exhaustivo de los potenciales daños ecosistémicos a gran escala –más allá de la zona ocupada por los aerogeneradores– en estas áreas ecológicamente frágiles.

    Además, los fenómenos meteorológicos extremos relacionados con el cambio climático (como el temporal Gloria en enero de 2020) pueden deteriorar las instalaciones y comportar peligros adicionales para el medio natural a más largo plazo. Tampoco hay que olvidar el creciente riesgo de accidentes (colisiones de barcos con las turbinas, riesgo de fuego en las turbinas, etc.) que pueden conllevar graves daños para las personas y el medio ambiente colindante.

    Impacto en el paisaje y las costas

    Por otro lado, a diferencia de los mares nórdicos, en muchas zonas del litoral español el paisaje es un elemento clave de identificación y vínculo tanto para la población local como para los millones de turistas que visitan nuestras costas a fin de obtener los beneficios que nos propicia el medio marino.

    El contacto con el mar es saludable, permite la realización de actividades recreativas, y constituye patrimonio natural y cultural. Por este motivo el impacto de los megaparques eólicos marinos en zonas como el cabo de Creus, el golfo de Roses y Montgrí-Illes Medes, con un paisaje valioso y un conjunto arqueológico y monumental único (Empúries), es preocupante.

    Yacimiento arqueológico grecorromano de Empuries, en el Golfo de Roses, Cataluña, España. Shutterstock / JLJUSSEAU

    Tampoco puede ignorarse que se requerirá el despliegue de grandes infraestructuras para el ensamblaje, construcción y mantenimiento de los grandes parques eólicos, con la consiguiente industrialización de los puertos y la costa adyacente. Es más, estos grandes parques eólicos pueden conllevar en el futuro la creación de plantas de producción de hidrógeno para almacenar la energía eólica producida. Esta industrialización de la costa constituye una presión adicional sobre el medio litoral y marino.

    Los interrogantes que generan proyectos como el Tramuntana nos han llevado a elaborar un manifiesto, apoyado por más de 100 científicos de más de 20 universidades, centros de investigación y otras instituciones científicas españolas solicitando a las Administraciones públicas que consideren, con rigor e independientemente de lo que estimen las empresas, los riesgos de los parques eólicos marinos para el medio ambiente y se reconsidere la estrategia eólica marina para adaptarla a las peculiaridades ecológicas y socioeconómicas de la costa española, con un estudio de proyectos alternativos y dimensionados.

    Se deben evaluar los impactos del parque eólico y de las infraestructuras asociadas, y su rol en el mix energético local, autonómico y estatal. Y todas las evaluaciones y análisis deben ser accesibles públicamente y trazables respecto a sus fuentes de financiación.

    Fuente:  Autores: 

    Antonio Turiel Investigador científico, Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC)

    Alberto Olivares Investigador contratado del Departamento de Ecología Marina, Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB-CSIC)

    Ana Sabatés Freijo Investigadora científica en el Departamento de Recursos Marinos Renovables, Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC)

    Elisa Berdalet Andrés Scientific Researcher, Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC)

    Jordi Solé Ollé Profesor Agregado. Especialidad: oceanografía, sistemas energéticos, sistemas complejos y clima, Universitat de Barcelona

    Josep Lloret Director of the Oceans and Human Health Chair and the SeaHealth research group, Universitat de Girona

    Josep-Maria Gili Profesor de Investigación, Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC)

    Josep Vila Subirós Profesor Titular Geografía Física, Universitat de Girona

    Rafael Sardá Borroy Investigador científico en la Unidad de Sistemas Socioecológicos Marinos y Costeros, Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB-CSIC) 

  • Testigos miopes de la crisis de biodiversidad

    5 - 6 minutos

    Permítanme que les cuente una historia basada en hechos publicados hace ya algunos años. Concretamente, en nuevos hallazgos sobre la biología de los plesiosaurios, en cálculos sobre tasas de extinción de especies y en algunos avances sobre aspectos ecológicos de fenómenos globales como el ocurrido hace unos 200 millones de años, momento en el que situamos a nuestra protagonista.

    Kansas nadaba disfrutando del sol y del frescor del agua. Ocasionalmente, buceaba tras algún banco de peces y volvía a la superficie para calentarse y echarle un ojo a las crías. Era una plesiosaurio realmente grande, de varias toneladas de peso y la más anciana de la manada.

    El animal gozaba de una vida relativamente tranquila, típica de quien se sabe en lo más alto de la red trófica. Al igual que hicieron sus padres con ella, Kansas había enseñado a su prole dónde encontrar las mejores presas, a protegerse de temporales y a desconfiar de algunos vecinos.

    El mundo, aparentemente inmutable, discurría sin sobresaltos ni grandes novedades. Eso sí, Kansas tenía la sensación de que el mar ya no sabía como antaño y que hoy en día las presas parecían más pequeñas y escasas. Los adolescentes le miraban con desdén cuando hablaba de esas cosas. Y quizá tuvieran razón. Igual era su perspectiva del mundo la que había cambiado. Al fin y al cabo, ella también recordaba lo exagerada que le parecía su abuela.

    Difícilmente nuestros protagonistas podían conocer los dramáticos procesos que habían comenzado miles de años atrás, alterando la química de los océanos y la atmósfera a la vez que modificando radicalmente la forma de las tierras emergidas.

    La extinción masiva del Triásico-Jurásico

    Pangea, el gran supercontinente, comenzaba a fragmentarse dando paso a la era Jurásica en la que los dinosaurios dominarían la Tierra. De nuevo, la corteza terrestre se ponía manos a la obra para remodelar la cara de nuestro planeta. Miles de millones de toneladas gases como óxidos de azufre y carbono pasaron a incorporarse a la atmósfera influyendo radicalmente en el clima global.

    La temperatura subió produciendo la fusión de los depósitos de metano que, a su vez, alimentaron el calentamiento del planeta. Nuevos mares se abrieron e inmensos territorios pasaron a encontrarse bajo las aguas mientras otros emergían para volver a recibir la luz de un sol que recordaban mucho más joven.

    Demasiados cambios como para pasar desapercibidos por la biosfera. El registro fósil nos cuenta que cerca del 80 % de las especies desaparecieron en este periodo de tiempo. Kansas no lo podía saber, pero estaba viviendo de primera mano la extinción del Triásico-Jurásico. Este tipo de eventos catastróficos se conocen con el nombre de extinciones masivas.

    Transformaciones que duran millones de años

    No hay nada biológicamente excepcional en que las especies se extingan, sucede constantemente. Sin embargo, durante los eventos de extinción masiva el número de desapariciones es extraordinariamente grande (normalmente se consideran pérdidas superiores al 75 % de la diversidad conocida) y se producen rápido.

    Hasta la fecha, se han identificado cinco grandes eventos en los que la magnitud y velocidad de extinción rompen abruptamente la escala: tres anteriores al Triásico-Jurásico (en el Ordovícico, Devónico y Pérmico) y otro 135 millones de años más tarde, en la transición del Cretácico al Terciario, que acabó con la práctica la totalidad de los dinosaurios.

    Pero catastrófico, abrupto y rápido son adjetivos que evocan una imagen poco afín a la realidad. Estamos hablando de fenómenos a escala planetaria que implican inimaginables cantidades de energía. Las dimensiones de tiempo y espacio son tan grandes que incluso los momentos geológicos etiquetados como cambios drásticos pueden extenderse cientos de miles o millones de años.

    Es muy difícil determinar cuánto dura un evento de extinción masiva, pero las estimaciones siempre hablan de varios millones de años –salvo quizás en el caso del Cretácico al Terciario, donde la colisión del meteorito sí que pudo causar un impacto a escalas decadales o menores–. Además, las extinciones registradas en océanos y tierra firme pueden estar desfasadas millones de años debido a complejos efectos en cadena dentro de la red de interacciones de la biosfera.

    Extinciones debidas la actividad humana

    Desde que la humanidad ha empezado a ejercer un efecto significativo sobre los ecosistemas (pongamos unos 10 000 años) son muchas las especies que han desaparecido directa o indirectamente por nuestra causa.

    Las cifras que se barajan con los grupos más conocidos (como mamíferos, aves o anfibios) sugieren que estamos lejos de ese 75 %, pero en algunos grupos los porcentajes de especies amenazadas de extinción (especies que previsiblemente desaparecerán en un futuro próximo) se acercan al 50 %.

    Respecto a la velocidad, no hay dudas. La actual tasa de extinción nos llevaría, en un tiempo geológico equivalente, a un impacto sobre la biodiversidad comparable al de las cinco grandes anteriores. Estamos, como Kansas, siendo testigos de un gran evento de extinción masiva.

    Testigos de una crisis de biodiversidad

    La extinción del Triásico-Jurásico duró varios millones de años y no afectó notablemente a los plesiosaurios, pero sí a la diversidad de varios grupos de moluscos gasterópodos, cefalópodos y bivalvos, esponjas marinas y algunos grupos dominantes de tetrápodos terrestres como los tecodontos.

    Tras disfrutar toda su vida de las maravillas el océano, Kansas jamás se hubiera imaginado estar en medio de uno de los mayores eventos de extinción de la historia de la Tierra. Al igual que ella, podemos estar viviendo los efectos de una gran extinción en curso, pero no darnos cuenta porque somos cortos de vista.

    En ciencia, ser miope es equivalente a no tener suficiente información. Necesitamos conocer más, tener mayores series temporales de datos que permitan abordar cuestiones ecológicas clave para entender qué sucede con la biodiversidad.

    El impacto que hemos causado en la biosfera va camino de ser equivalente al de los eventos que desencadenaron las grandes extinciones de nuestro planeta. En esta ocasión no estamos ante un impacto de un asteroide, un fenómeno geológico global o circunstancias astronómicas incontrolables. La actual crisis de la biodiversidad reside en nuestra forma de interacción con la naturaleza. Cuanto antes abordemos el tema de la explotación de recursos, su reparto y la gestión de los residuos, antes frenaremos la tasa de extinción actual.

    Fuente: Profesor de ecología y biogeografía, Universidad de Navarra