ANTECEDENTES HISTÓRICOS DE LAS PLAGAS DE LANGOSTA. II

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Practica de exorcistas y ministros de la Iglesia en que con mucha erudición y singular claridad se trata de la instrucción de los exorcismos… 3ª impresión añadida por su autor. En Madrid por Andrés García de la Iglesia. Noydens, B. Remigio (CC.RR.MM.). Colegio Imperial (Jesuitas), 1670

En un país con profundo sentimiento religioso como España, la plaga de la langosta y otros fenómenos naturales adversos, como las pertinaces sequías o los periodos lluviosos que provocan inundaciones, eran considerados como un castigo divino sobre el pueblo. Así aparece la definición de “langosta” en este diccionario de 1611, en tiempos de Felipe III, escrito en pleno proceso de evolución fonética del idioma español pero, con una ortografía que se puede entender perfectamente (generalmente la f es una s actual, y la z una c).

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Diccionario Tesoro de la lengua castellana o española. Covarrubias Orozco, Sebastián de 1539-1613. Fuente: Biblioteca Nacional de España

Más de 100 años después, ya en plena Ilustración, en el que se considera primer diccionario de la Real Academia Española,  el “diccionario de Autoridades, tomo IV” (1734),  aún figura esta descripción: “Es plaga con que castiga Dios los pecados de los hombres, y regularmente dura siete años.”

Entre los principales pecados del pueblo se encontraba no pagar los diezmos a la Iglesia (el diez por ciento de los ingresos). Así que para poder librarse de estas plagas (o de fenómenos meteorológicos adversos), era necesario arrepentirse y apelar a la misericordia divina, recurriendo en ocasiones al patronazgo de los santos o vírgenes. Además de confesión, oración, ayuno, limosnas y otros sacrificios, se realizaban rogativas. Estas podían ser “pro pluvia” o “pro serenitati” para acabar con periodos de gran sequía o de lluvias persistentes respectivamente, celebrando misas o procesionando imágenes religiosas (según el grado de necesidad). Algunos santos eran objetos de especial devoción para acabar con las frecuentes plagas de langosta, pero como veremos también se realizaban conjuros y exorcismos, considerando que la langosta era instigada por el Demonio.

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Fuente: Biblioteca Nacional de España

En el capítulo anterior comentamos el patronazgo de San Gregorio Ostiense en la localidad alicantina de Torremanzanas. Es curioso notar que a menos de 40 km, en Castalla (Alicante), el patronazgo sobre la langosta correspondía a Nuestra Señora de la Soledad, en este caso protectora también contra los terremotos, las fiebres y las guerras.  Como vemos estas estampillas se editaron con un año de diferencia, lo que nos hace pensar en una sana rivalidad entre ambas poblaciones, como ocurre en muchas de las poblaciones vecinas de nuestro territorio.

Otro de los abogados contra la langosta era San Agustín, que fue tomado como patrono protector en Guadalajara, atacada recurrentemente por la langosta. En esta reseña parece que el patrono recibió la inestimable ayuda del “cierzo” para ahuyentar una plaga de langosta que se cernía sobre la ciudad. “Y en este año de mil seiscientos y sesenta y nueve; hallándose la Corte, y Villa de Alcalá, y lugares cincunvezinos à Guadalaxara, tan afligidos deste pestilencial contagio; que tomava la mancha, que hazia, media legua de ancho, y otro tanto de largo: y acercándose à esta Ciudad, se levantaron ayres frios del cierzo, con que no entrò, ni se viò mas>> (Vida del admirable Doctor de la Iglesia San Agustín. Ribera,F. 1684)

A mediados del siglo XVI el cono cimiento científico y la creciente racionalidad religiosa intentaban menoscabar la superstición popular frente a los desastres naturales. El eminente matemático, teólogo y filósofo aragonés Pedro Ciruelo, cuya fama dio lugar al dicho popular “saber más que el maestro Ciruelo”, trató sin aparente éxito que se abandonaran estas falsas creencias.

Tampoco perduró el citado dicho popular, y por ironías del destino, actualmente se utiliza de forma coloquial la expresión “ciruelo” para denotar a un “hombre necio e incapaz”, como recoge el diccionario de la Lengua Española.

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Reprobación de las supersticiones y hechicerías. Libro muy útil, y necesario a todos los buenos christianos. Pedro Ciruelo. 1560. Fuente Biblioteca Nacional

En su obra “Reprobación de las supersticiones y hechicerías. Libro muy útil, y necesario a todos los buenos cristianosdescribe las prácticas supersticiosas en el siglo XVI, en concreto los conjuros de la langosta, reprobando la excomunión de la misma. Como curiosidad condena la “adevinación” o pacto con el diablo para adivinar el presente y el futuro, una de cuyas artes era la “aeromancia”, que consiste en escuchar el sonido que hace el aire al pasar entre las casas, los árboles, las puertas o las ventanas, y luego hacer un pronóstico. Este término, ya sin la connotación diabólica, aparece en el diccionario de la RAE con el siguiente significado: “Adivinación por medio de las señales e impresiones del aire”. Así que la “predicción inmediata” o “nowcasting” que practicamos habitualmente cuando nos asomamos a la ventana para ver qué tiempo hace, podría considerarse como una forma de “aeromancia”. La “nigromancia” consistía en la invocación del demonio, y entre los que practicaban este arte se incluían a los “conjuradores de nublados”.

Es curioso leer las técnicas y los argumentos utilizados en lo que podríamos considerar los primeros intentos de la lucha antigranizo.

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Reprobación de las supersticiones y hechicerías. Libro muy útil, y necesario a todos los buenos christianos. Pedro Ciruelo. 1560. Fuente Biblioteca Nacional

 “Más los nigrománticos hacen creer a la simple gente que los diablos engendran el nublado, el granizo y el pedrisco y toda la tempestad de truenos, relámpagos y rayos, y que en aquellas nubes vienen los diablos , y que es menester conjurarlos para echarlos de sobre la ciudad y lugar, y de sus términos…. 

 ….queremos avisar a todos los hombres de buen seso y buenos cristianos que tengan por cierto que de cien mil nublados que vean venir sobre su tierra, apenas en uno de ellos vienen diablos: porque todos ellos vienen por curso natural de sus causas corporales, que engendran aquellas nubes, aguas y granizos en el aire de los vapores que sube de la tierra, y de la mar, y de los ríos. 

También se planteaban remedios naturales, aparentemente científicos por las explicaciones dadas, pero que resultaron ineficaces y que causaron muertes innecesarias hasta que se abandonaron definitivamente.

“En el caso de la tempestad de nublados, el remedio natural es que se hagan los mayores estruendos y movimientos que pudieren en el aire, conviene a saber, que hagan tañer en torno y a soga las mayores campanas que hay en las torres de las iglesias, y las que más recio sonido hagan en el aire, y junto con esto hagan soltar los más recios tiros de artillería que pudieren armar en el alcázar o fortaleza de la ciudad, y los tiren contra la mala nube. La razón de esto es porque ella es una espesura o congelación hecha por frío, y haciendo aquel grande movimiento en el aire con las campanas y bombardas, espárcese y caliéntase algo el aire, y así la nube se disuelve o derrite en agua limpia, sin granizo o piedra, y también hacen mover de allí la nube a otro lugar con el grande movimiento del aire.”

Entre 1753 y 1786, 386 campanarios de iglesias francesas fueron alcanzados por descargas eléctricas, falleciendo 103 campaneros (fuente: Lightning, Physics and effects. Rakov y Uman, 2003).

De forma complementaria, los remedios morales consistían en la oración en el templo (no en el exterior, lugar desde luego menos seguro para los sacerdotes, aunque la justificación sea otra):

 “Y mi parecer es que los Sacerdotes no salgan fuera de la Iglesia para hablar con la nube mala, ni saquen las santas reliquias, ni menos el Santísimo Sacramento fuera a la tempestad: porque con más devoción hablaran con Dios dentro de la Iglesia, que no de fuera, y más presto será oída su oración en el cielo delante de Dios”.

Respecto a la langosta y otros insectos dañinos, el maestro Ciruelo hace referencia a los “conjuradores”, que, como en el caso de los nublados, son “engañadores asalariados”, que erigidos como jueces imponen sentencia de excomunión a la langosta si no marcha en un plazo definido (además de los ministros legítimos de la Santa Madre Iglesia, había “saludadores” o “ensalmadores” laicos que practicaban exorcismos).  Ciruelo define esas prácticas como cosas de burla, escarnio y blasfemia en los misterios de la Santa Madre Iglesia. Como en el caso de los nublados, “el remedio lícito y honesto es la diligencia espiritual y la natural”. La espiritual es “que en los meses de marzo, abril y mayo  los clérigos cada mañana suban a bendecir los términos del lugar con los Evangelios, salmos y oraciones de la Iglesia católica, con la Cruz y agua bendita….”

Sin embargo, hubo auténticos procesos judiciales, como el ocurrido en Valladolid a principios del siglo XVI, y el ocurrido en 1650 en la abadía de Párraces (Segovia), del que se conserva una completa documentación. La plaga se inició en 1647 y fue agravándose. La población se movilizó para combatirla, tratando de enterrar los insectos en hoyas y quemarlos, pero sin conseguir exterminarlos. Por ello se recurrió a los exorcismos, pero tampoco tuvieron éxito. Así que finalmente se solicitó un proceso formal de excomunión, con un juicio en el que hubo toda clase de garantías procesales, con juez, notario, fiscal, testigos y procurador de la defensa. La sentencia fue condenatoria, y la langosta fue desterrada, pero como no lo hizo en el plazo estipulado de 24 horas, fue finalmente excomulgada (de forma indirecta pues se supone que las langostas actúan por obra del demonio).

Sin llegar a estos extremos, los remedios morales consistían en una misa a San Gregorio y si era posible, mezclar el agua bendita de la iglesia con la del santo, rociando a continuación con un hisopo las tierras.

En cuanto al remedio natural que ofrece Ciruelo, “sacado de los que saben de agricultura y herbolarios y filósofos” comprende desde sanear el suelo de hierba hasta soterrar parcialmente vísceras de reses para que acudan los insectos y luego quemarlos, o humear las viñas o el arbolado prendiendo cera y azufre para el pulgón.

Unos años antes de este célebre juicio, en 1620; Iván de Quiñones, Alcalde mayor de El Escorial y juez de las obras reales y bosques de San Lorenzo el Real, escribió un tratado exclusivamente científico, el “Tratado de las Langostas, muy útil y necesario, en que se tratan cosas de provecho y curiosidad, para todos los que profesan letras divinas y humanas, y las mayores ciencias”. Consta de cuatro capítulos: el primero trata sobre la naturaleza y propiedades de la langosta,  el segundo sobre los daños que causan; en el tercero, indica cómo remediar estos daños; y en el cuarto , se discute cómo distribuir los gastos para combatirlas entre nobles, eclesiásticos y monasterios. Sorprende ver el rigor empleado al citar la bibliografía y las referencias, los más de 200 autores aparecen por orden alfabético al principio de la obra. Frente al recurso divino para atajar el problema de las plagas de langosta, el tratado de Iván de Quiñones incluye la aproximación científica, siendo la gran referencia en aquellos tiempos. Como hemos comentado en capítulos anteriores, de forma errónea se pensaba que el origen de las epidemias de peste se encontraba en la putrefacción de los restos de las langostas una vez muertas, pero en realidad la peste era transmitida por las pulgas de las ratas, y la langosta sólo era responsable de la hambruna y las consecuentes condiciones insalubridad que favorecían la propagación de la epidemia. Así lo relataba Quiñones: “Tanto es la malicia destos animalejos, que viviendo nos quitan el sustento, y muriendo nos privan de la vida”.

De forma casi simultánea, en 1619,  el humanista Bartolomé Jiménez Patón publicó su “Discurso de la langosta que en el tiempo presente aflige, y para el venidero amenaza, donde de igual forma relata la naturaleza de la langosta y sus formas de combatirlas en sus distintas fases, pero también insiste en la necesidad de completar estas diligencias corporales con las espirituales como siervos de Dios, que comprenden la confesión, penitencia, oración, mortificaciones, limosna y procesiones. También recomienda si fuera necesario los exorcismos y conjuros, de acuerdo a la doctrina de la Iglesia. En cuanto a los jornales para su extinción, propone un reparto proporcional de acuerdo al terreno poseído, ya que inicialmente algunos hacendados no contribuían, y recomienda un decreto Real para hacerlo efectivo.

En los siglos XVII y XVII se publicaron varios libros de conjuros, como el editado por Tomás Copado y el de Pedro Ximénez que recoge las oraciones en latín para realizar exorcismos y conjuros frente a tormentas y langostas.

En 1662 el licenciado Mateo Guerrero publicó el Libro de conjuros contra tempestades, langostas, pulgón, cuquillo y otros animales nocivos que dañan y infestan los frutos de la tierra”.  Aprobado y supervisado por la Iglesia, explica de forma detallada el ritual y procedimiento litúrgico para realizar conjuros y exorcismos sobre la langosta. Consta de 9 conjuros. El religioso benedictino Benito Jerónimo Feijoo critica el uso del exorcismo en criaturas animales en su obra “El Teatro crítico universal, o Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes (1726-1740). Sin embargo, el jesuita Jerónimo Martínez de Ripalda, aunque reniega de la excomulgación de la langosta y otros insectos, recomienda que se haga uso de conjuros mediante exorcismos, ya que en el fondo no son más que oraciones. En su obra figuran los castigos en que incurren los que cometen el pecado mortal de no pagar los Diezmos, el quinto mandamiento de la Santa Madre Iglesia de su famoso catecismo (1618): además de excomunión, hambre y pobreza por plagas (incluyendo la langosta) y sequías.

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Directorio catequistico: glossa universal de la doctrina christiana ilustrada con erudicion de letras sagradas y humanas sobre el catecismo del padre Geronimo de Ripalda, de la Compañia de Jesus : tomo primero compuesto por el Doctor Don Joseph Ortíz Cantero …; es obra muy util para los parrocos … Ortiz Cantero, José — 1766. Fuente: Universidad Autónoma de Nuevo León. Mexico.

En 1775 el naturalista irlandés George Bowles, al servicio de la corona como asesor minero y que realizó numerosos viajes por España, escribió su “Introducción a la Historia Natural y a la geografía física de España”. En esta obra dedica un capítulo a la observación de la langosta, tras cuatro años de plaga en el sur peninsular. Observa que la eclosión de los huevos depende de la altitud del terreno, y por ende, de la temperatura. Así detectó la presencia de langosta en Almería (en marzo) antes que en Sierra Nevada (en abril), por lo que consideraba a la langosta como “un termómetro vivo”. Así describía Bowles las plagas de este insecto, quizás pensando de forma similar a los miles de europeos que visitan o residen en la Costa del Sol y reciben la inoportuna visita de una dana otoñal: “El cielo claro y hermoso de España se obscurece , y queda en medio del verano mas negro y triste que el de Alemania en el invierno.”

Antonio Ponz, historiador, pintor y viajero recibió por encargo de Campomanes (ministro de Carlos III) inventariar los bienes de los jesuitas (recién expulsados por el rey) en Andalucía.  Con ocasión de este viaje publicó en 1776 “Viaje de España, o Cartas, en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse que hay en ella, que comprende no solo un completo inventario de bienes culturales, sino aspectos de la realidad social de la España de esa época, en la que seguía estando presente la langosta: “La Extremadura por estar yerma, y no  ararse, es la cuna de la langosta”.

Unos años después, el jurista, diplomático y naturalista aragonés Jordán de Asso (Ignacio Jordán Claudio de Asso y del Río), conocido por su pseudónimo Melchor de Azagra, recopila el conocimiento existente sobre la langosta, incorporando el sistema de clasificación de especies del sueco Carlos Linneo, creador del concepto de taxonomía. En su “Discurso sobre la langosta y medios de exterminarla” (1785), ya distingue entre la langosta autóctona y la migratoria. También indica la relación entre en el aire viciado y la proliferación de la langosta, por lo que recomienda observaciones meteorológicas, además de apreciar la relación existente entre temperatura y humedad y el desarrollo del insecto. Por último distingue cinco fases en el desarrollo, proponiendo los métodos para su exterminio, incluyendo en la fase adulta los disparos con menudos perdigones y ahuyentándolas generando ruido (“caceroladas”) o mediante humo quemando azufre u otras sustancias malolientes. 

LA LUCHA CONTRA LA LANGOSTA

Como hemos comentado en el artículo anterior, las referencias a las plagas de langosta suelen aparecen documentadas en los archivos de ayuntamientos y cabildos catedralicios, fundamentalmente como apuntes de los gastos acarreados en su extinción, ya que se pagaban jornales a los peones, o de las celebraciones litúrgicas llevadas al efecto. En general los gastos eran sufragados por los pueblos o villas afectadas, incluyendo aportaciones eclesiásticas, y si era necesario, se realizaba un préstamo Real. Ya en tiempos de los Reyes Católicos a través de cédulas, decretos, provisiones o mandamientos se mostraba la preocupación existente por esta plaga, como muestra este documento de 1497 en castellano antiguo, cuyo título aparece transcrito al pie.

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Que el corregidor de Medina del Campo, Lope Ruíz de Autillo, mande repartir los peones necesarios para matar la langosta que asoló las cosechas entre todos los vecinos de la villa, sin que ninguno quede exento.1497. Archivo Nacional de Simancas.

Las primeras medidas legislativas datan de 1593 y son de naturaleza real. Felipe II, mediante mandamiento responsabiliza a los Concejos de los gastos que conlleva la matanza de las langostas. En 1723, Felipe V mediante provisión real, insiste en la obligación de los Concejos de combatir y prevenir las plagas, con cargo a sus fondos e ingresos. También especifica los métodos utilizados para su exterminio y la forma de distribuir los gastos. En 1755 la Real Instrucción (ampliada en 1783) fue remitida, a los Corregidores y Justicias de todos los pueblos. Posteriormente fue refrendada por Carlos IV en 1804 y se sentaron las bases de la lucha contra la plaga hasta finales del siglo XIX, como describimos en el capítulo anterior, realizándose campañas contra la lucha de la langosta, perfectamente documentadas en memorias, que describían las zonas afectadas y pormenorizaban las tareas realizadas y los gastos ocasionados.

En el anterior capítulo también se mencionaron de forma cronológica algunas de las numerosas plagas que afectaron a España. En el siglo XIX destacan las plagas alrededor de 1840 y 1870 que duraron varios años y afectaron a más de una decena de provincias. En la siguiente tabla se muestran los gastos pormenorizados de una de las campañas anuales, en concreto la correspondiente a la provincia de Madrid en 1875. Los gastos generados en la lucha contra la plaga eran considerables, tanto en material como en mano de obra, y la gestión de estos fondos, aunque debía ser escrupulosamente contabilizados, dio lugar a frecuentes casos de corrupción por parte de las autoridades locales.

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Memoria presentada a la Comisión Provincial para la Extinción de la Langosta. Azcárate, Casildo. 1875. Fuente: Biblioteca Nacional de España.

Merece la pena leer este extracto del referido informe, realizado por Casildo Azcárate y Antonio Montenegro, vocales de la Comisión Provincial para la extinción de la Langosta. Además de una minuciosa inspección de las zonas afectadas, recopilaron información histórica, relatando los espeluznantes efectos del paso de la plaga por Valdemorillo en 1865:

”Parecía cual si manto negro de la noche se interpusiera entre el pueblo y el sol, al mismo tiempo que el suelo se iba cubriendo de individuos de la especie que constituía la banda en emigración, tal vez porque enfermos o más jóvenes, y siempre más débiles, no podían seguir a sus compañeros en el movimiento de vuelo alto y sostenido que llevaban. Por todas partes donde la banda se posaba, la ruina y la desolación venían en seguida.”

También dan por comprobado y fehaciente el siguiente testimonio: “….habiendo invadido la vía férrea por la parte de Robledo y Zarzalejo, llegaron a hacer difícil у aún imposible por tres veces el poderoso impulso de la locomotora para el movimiento de trenes; y se vieron obligados los empleados del ferrocarril del Norte a ir separando con palas el inmenso número de insectos que, cadáveres y aplastados, cubrían los railes, para hacer posible la tracción y el movimiento ; y este trabajo se hacía en varias secciones del ferrocarril.”

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La langosta. Agustín Salido. 1874. Fuente: Biblioteca Nacional de España

Sin embargo, parece que las referencias en ocasiones parecen un tanto exageradas, como ésta que aparece a pie de página en esta ilustración de la obra de Agustín Salido, ya que si bien este insecto puede devorar tejidos naturales, parece más improbable que pueda devorar niños.

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Zonas de desove y extensión de la plaga de langosta en la temporada 1897-1898 en la República Argentina. Fuente: Memoria de los trabajos realizados durante el primer ejercicio … 1897 1898 [Texto impreso] / 
Comisión Central de Extinción de Langosta (Buenos Aires) 1899

 

En Iberoamérica se producían también grandes plagas de langosta, como la ocurrida en Centroamérica a finales del siglo XVII.  A finales del siglo XIX también se realizaban estas campañas rutinarias de control de la langosta en algunos países, con memorias muy exhaustivas.

Es sorprendente comprobar la enorme legislación que existe sobre la interpretación y aplicación de las leyes sobre la langosta, y el gran número de conflictos que se produjeron. Hay que tener en cuenta que las zonas endémicas como Extremadura eran zonas poco pobladas con existencia de grandes dehesas privadas, destinadas a pastos para el ganado, y los conflictos entre terratenientes y campesinos eran continuos. Los primeros no roturaban sus terrenos porque necesitaban pastos para su ganado, y la langosta solía aparecer de forma tardía, momento en que su ganado practicaba la trashumancia, permaneciendo ajenos al desarrollo de la langosta. Además denunciaban a los agricultores por introducir ganado en sus tierras, con objeto de alimentarse de las langostas. Por el contrario, los agricultores veían cómo sus cosechas eran devoradas por la langosta, y denunciaban a los terratenientes por no roturar las zonas de aove de la langosta.

La poca efectividad de las medidas llevadas a efecto para controlar las plagas del último tercio del siglo XIX llegó a instancias parlamentarias, debatiéndose en el Congreso en 1876. No era fácil la solución, y siguieron más órdenes e instrucciones, pero sin éxito.

Como muestra de ello ofrecemos este extracto del “Proyecto de ley para la extinción de la plaga de la langosta. Gaceta de Madrid: núm. 295, de 22/10/1901

“No es exacto, contra lo que suele afirmarse en contrario, que sea España el único pueblo civilizado de Europa que sufra los rigores de esta plaga, que también alcanza á las Naciones que mayores progresos han logrado realizar; pero sí resulta en cambio verdad que es España el país que lucha contra este azote de la Agricultura con peor fortuna y menos diligencia. No han faltado para combatirle recursos ni los preceptos de una ley sabiamente inspirada por la prudencia y el ejemplo de leyes extranjeras coronadas por éxitos satisfactorios.

La legislación no sólo se refería a las instrucciones para el control de la plaga, también hubo que incluir medidas sancionadoras en el código Penal, aunque las penas eran irrisorias. Así el de 1944 incluía su artículo 573 “penas de uno a  diez días de arresto menor o multa de 50 a 500 pesetas” por infringir los “reglamentos, ordenanzas, y bandos sobre epizootias, extinción de langosta u otra plaga semejante”. Incluso se prohibió la caza de aves insectívoras por  “la desaparición absoluta de los pájaros por abuso de la caza de éstos y por venta en los bares y tabernas de las poblaciones”.

En el próximo y último capítulo analizaremos las plagas del siglo XX y los métodos empleados para combatirlas.

BIBLIOGRAFÍA

Azcárate Luxán, I. (1996). Plagas agrícolas y forestales en España. (siglos XVIII y XIX). Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.

Fernández Duro, F. (1901). Pleito que se puso en la Abadía de Parraces para el exterminio de la langosta. Boletín de la Academia de la Historia.

Ano de 1650 SANZ LARROCA, J. C. (2008). Las respuestas religiosas ante las plagas del campo en la España del siglo XVII (tesis doctoral, Departamento de Historia Moderna, Facultad de Geografía e Historia, UNED).

 Fuente: Por Manuel Antonio Mora García. Meteorólogo del Estado. Delegación Territorial AEMET en Castilla y León