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Así fue 1816, «el año sin verano»

Nieve, heladas y cosechas arruinadas fueron el balance del estío de aquel año en el contienente europeo y Norteamérica.

Nieve en la playa del Bogatell el pasado mes de febrero - Inés Baucells

«La primavera estaba resultando fresca y los días cálidos se contaban con los dedos de la mano. Fue a partir de mayo cuando los efectos se hicieron más evidentes. En el oeste de Europa y el noreste de Norteamérica las heladas aún persistían a finales de ese mes, afectando incluso a las raíces de algunas cosechas. La población de los estados de Massachusetts, Maine, Nueva Inglaterra, Nueva York y Vermont, en EE.UU., no cesaba en su asombro cuando entre el 5 y 10 de junio se registraron nevadas. En la ciudad de Quebec (Canadá) llegaron a recogerse 30 cm de nieve», escribió en el blog de la Aemet el físico Benito Fuentes. No se trata de una ficción, sino de la descripción meteorológica de 1816, conocido como «el año sin verano».

En abril de 1815, el volcán Tambora en Indonesia entró en erupción con una fuerza inusitada que tuvo consecuencias en el clima en todo el mundo, especialmente durante el año siguiente, 1816. La cantidad de gases y partículas liberadas a la atmósfera trajo consigo un cambio en el patrón de la circulación atmosférica y al frío le siguió la pérdida de cosechas y la hambruna que azotó a toda Europa y América del Norte.

Los investigadores han podido comprobar que la gigantesca nube de partículas repartidas por todo el mundo bloqueó la luz solar y produjo tres años de enfriamiento planetario. Si ya en el verano de 1815 se observaba en el cielo una «extraña neblina rojiza que a duras penas se disipaba», para verano del año siguiente las consecuencias eran innegables.

En junio de 1816, una tormenta de nieve azotó el norte del estado de Nueva York. En julio y agosto, las heladas en Nueva Inglaterra asolaron las granjas. El granizo golpeó Londres durante todo el verano. Murieron unas 70.000 personas. Se cree que las extraordinarias condiciones que se vivieron inspiraron obras literarias como «Oscuridad» de Byron y «Frankenstein», de Mary Shelley.

Un libro sobre la catástrofe, «Tambora: La erupción que cambió el mundo», escrito por Gillen D'Arcy Wood, muestra los efectos planetarios tan extremos que causó. Naciones enteras sufrieron oleadas de hambre, enfermedades, y un declive económico.

Antes de que explotara, el Tambora fue el pico más alto en una tierra de cumbres nubladas. La montaña se encontraba en lo alto de la isla tropical de Sumbawa y era considerada hogar de dioses. La aldeas salpicaban sus laderas, y los agricultores cercanos cultivaban arroz, café y pimienta. En la noche del 5 de abril de 1815, de acuerdo a relatos de la época, las llamas se dispararon desde su cima y la tierra retumbó durante horas. Luego, el volcán se quedó en silencio y cinco días más tarde, el pico estalló en un rugido ensordecedor de fuego, rocas y cenizas en ebullición que se escuchó a cientos de millas de distancia. Ríos de roca fundida corrieron por las laderas, se destruyeron los bosques tropicales y las aldeas.

En España, según recoge Fuentes, el verano de 1816 registró múltiples jornadas de tiempo frío y tormentas, muchas de ellas de granizo. La anomalía de temperatura se extendió también al otoño, donde hubo episodios más propios del invierno. «En Barcelona la población afirmaba que las temperaturas de agosto eran más propias de las del mes de abril. El Barón de Maldá habla de una nevada en el centro de la Península a mediados de julio. Aunque no hay más fuentes que lo contrasten y sea poco probable (seguramente se tratara de algún episodio de granizo) coincide con unos días en los que la temperatura mínima de Madrid alcanzó valores récord de 12-13⁰C».

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